Superada la evidencia sobre lo que un premio de la
envergadura del Pritzker representa en términos de culto a la personalidad, la
ocasión del premio a Shigeru Ban abre la puerta a un estado de diferencia.
Si pensáramos que los ganadores de esta distinción
representan lo que la sociedad espera de la arquitectura, su elección, su
excepcionalidad en la lista de ganadores del premio ubica a los arquitectos en
un mejor lugar. Lo más alentador es la visibilidad que cobra el contenido
inspirador de su trabajo desde aquel interés multifocal que supo trasladar al
desarrollo de sus múltiples habilidades: imaginación técnica, invención
material, dimensión social, gestión política.
Como una parábola propia de los guiones de cine, aquel joven
japonés cuya rareza ya le había valido la reprobación de Peter Eisenman en su
curso de arquitectura de Cooper Union, pudo construirse a sí mismo, se supo
colocar en un campo de combate de mucho más amplio que la propia arquitectura y
tomó el riesgo. Hoy la actualidad de los dos personajes puede ser vista como un
ejemplo más de la mirada contrastada propia de la época. En esta coyuntura,
Shigeru Ban es objeto de premiación. No conviene olvidar este momento.
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