En los últimos tiempos, los edificios canónicos
de la moderna arquitectura argentina se enfrentan con la pregunta desafiante sobre
su relación con lo perdurable y el paso del tiempo. La destinación de un cambio
de época bajo el paradigma de la modernidad no resignó en los arquitectos de
aquel entonces la pretensión de perdurabilidad que la arquitectura clásica
definió desde los tiempos de la firmitas
vitruviana. Sin embargo, los años recientes nos han hecho testigos de casos más
que simbólicos del estado de caída y decadencia de obras singulares tales como
el incendio y el vandalismo en la Casa sobre el arroyo de Amancio Williams o el
abandono y desmantelamiento del Parador Ariston de Marcel Breuer y Eduardo Catalano.
Dentro de esta consideración, el edificio de Paraguay y Suipacha asume un
especial interés debido a su uso ininterrumpido y a la experiencia de vida acumulada
desde 1939. Desde la óptica de la
supervivencia de las obras notables, se ha vuelto oportuno abordar el registro tanto
de las huellas del tiempo trascurrido como del presente de la obra Austral de
Bonet, Vera Barros y López Chas, en su doble y simultánea condición: como
manifiesto construido y como vecindario.
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Mientras fuma un cigarrillo en la acera, la
señora V se jacta de mantener el negocio con todos sus detalles intactos,
incluidos los colores. La única modificación que reconoce es el reemplazo -por razones
de seguridad- de las planchas perforadas ubicadas en la base de las vidrieras. La
señora V no ahorra críticas para los otros tres locales comerciales que
modifican constantemente su fisonomía sin respetar el diseño de Bonet.
Ella es la nuera del dueño original y la
actual propietaria del local de accesorios para la moda ubicado en la esquina
del edificio. En realidad su punto fuerte es la venta de sombreros, un
accesorio que parecía haber caído en el olvido. Sombreros, cobijo, bóvedas, bonetes,
Bonet. Hace muy poco tiempo la marquesina de la
Casa V fue retirada de la fachada y
nuevamente se volvió a ver en el muro las piezas metálicas con los nombres de
Antonio Bonet Castellana, Horacio Vera Barros y Abel López Chas. Un indicio claro
conduce a confirmar la razón del gesto distante de la señora V. Sus sombreros
importados de España son comprados regularmente por la presidente de la Argentina, la señora
CFK. El local, al igual que la señora V, lleva el apellido de su suegro
fallecido hace tan solo un año. Un segundo detalle cobra evidencia. Uno de los
cristales curvos ha sido provisoriamente reemplazado por uno facetado a la
espera del reemplazo del costoso cristal original de proveniencia francesa. Es
que un motociclista se estrelló contra la esquina. Aquella noche a las tres de
la mañana, cuando nadie aparecía para ayudar, el arquitecto Ch bajó a
asistirlo. Poco después, la policía se hizo presente en el lugar y se pudo
saber que el accidentado era un dealer
de cocaína. El arquitecto Ch deja ver su solidaridad no solo con este gesto.
Desde hace un tiempo ha comenzado a ocuparse de atender y estar pendiente de
ciertas tareas menores de mantenimiento común del edificio. El joven arquitecto
Ch es el único habitante permanente del edificio, alquila el atelier E como
vivienda y también, junto a sus socios arquitectos, ha rentado el atelier G,
que alguna vez ocupara el propio Bonet. Es por eso que, en homenaje al
arquitecto catalán, bautizaron a su estudio con el nombre de atelier B. El
propietario de esta unidad es el arquitecto A, quien desde hace nueve años
reside en Barcelona. Tal parece que el arquitecto A ha restaurado con mucho
esfuerzo el apartamento y los jóvenes lo han recibido en muy buen estado. Los
cuatro arquitectos del atelier B, ex alumnos y amigos de A, mantuvieron durante
un buen tiempo el ritual de concurridas reuniones y cenas con amigos en la
terraza. Unos esqueletos de sillas BKF, más bien recientes, y otros pequeños
bancos diseñados por ellos han colonizado ese espacio una vez que el rito social
perdió frecuencia. El suelo de la terraza tenía un acabado final con un pequeño
sustrato de piedras partidas que por problemas de filtraciones de humedad fue
quitado y sustituido por una membrana pintada de verde que intentó resolver el
problema. Sobre las carpinterías que dan a Suipacha, había un toldo deslizable,
pero lo retiraron porque el estado de las planchuelas metálicas y el peso
soportado por ellas despertó el temor de un derrumbe hacia la calle. Algo
diferente ocurrió en el atelier F, en el segundo piso sobre Paraguay. Su
propietario las cambió íntegramente, copiando el esquema original. La
carpintería de la fachada fue reconstruida. Le agregaron doble vidrio hermético
para mejorar el aislamiento acústico y térmico y repararon los toldos que actualmente
funcionan a la perfección. Este atelier pertenece al señor N, un conocido
arquitecto que durante mucho tiempo fue el director de la biblioteca de la Facultad
de Arquitectura. Aquí también vivió su hija. El departamento fue restaurado
íntegramente. Aun conserva el hogar a leña original y su heladera que ya no
funciona como tal. Hace unos meses el atelier F fue rentado por el señor C. El señor C estudió arquitectura, razón por la
cual conocía el edificio. De tanto en tanto lo fotografiaba de pasada. Una vez
vio que estaba en alquiler y no lo dudó.
Pronto se conoce el verdadero sentido que
llevan los comentarios de la señora V y de la voluntad que pone el arquitecto
Ch en el cuidado del edificio. Las primeras palabras críticas de la señora V
hacen alusión a la ausencia de provisión de gas. El comentario recibido por parte
de quienes más tiempo llevan en Paraguay y Suipacha es que un día la caldera se
rompió y así colapsó el servicio. Un destino semejante sufrió el montacargas de
hierro fundido que bajaba al sótano. De un día para el otro y sin demasiada
información fue tirado a la calle.
Todo indica que los asuntos relacionados con
temas de mantenimiento forman parte de una escena de fondo aún no resuelta. La
encargada histórica del mantenimiento del edificio, aunque fue despedida de sus
funciones, sigue habitando en la diminuta portería del edificio -situada en el último
nivel- contra la voluntad de un grupo de vecinos, resistiéndose al desalojo. Si
alguna duda queda acerca de que la vida de las obras depende de sus habitantes
lo confirma el arquitecto M, tal vez el único defensor de la antigua encargada.
Según el arquitecto M -profesor de arquitectura industrial de la Universidad de Buenos
Aires y propietario del atelier D desde 1980-, fue ella quien apagó el incendio
que se iniciara en el atelier A, y por lo tanto, a la encargada se le debe que
el edificio no haya sufrido daños irreparables. El atelier A carga con varias
historias que lo llevan a ser considerado por motivos diversos, y a la vez concurrentes,
como la oveja negra del conjunto de apartamentos. Versiones cruzadas vinculan a
este apartamento con escenas marginales que convierten en sospechoso a
cualquier nuevo inquilino que se asome. Aparecen así escenas ligadas con la
prostitución y la venta de estupefacientes que incluyen hasta a famosos
jugadores de fútbol de renombre internacional. Cada uno de los que habitan el
edificio ha sacado las más diversas conclusiones acerca del dueño del atelier
A. Nadie conoce su rostro y eso genera sospechas hasta de su misma existencia.
Sin dudas, el atelier A es el que más
transformaciones sufrió. El entrepiso ha sido ampliado, perdiendo la doble
altura. La escalera metálica helicoidal fue reemplazada por una muy discreta
escalera recta y los paneles de fachada delicadamente compuestos fueron tapados
por placas de roca de yeso, con lo cual cada rasgo de posible identidad con los
estudios de artistas fue borrado para convertirse en un vulgar y opresivo
espacio. No decían lo mismo las fotografías que ofrecían en alquiler el
departamento por internet. Por ese motivo dos jóvenes brasileños que se han
instalado en Buenos Aires para estudiar medicina entendieron que habían sido
defraudados por el propietario. Así se los ve en estos días a los muchachos
mientras esperan la llegada de otros dos compañeros: deambulando en estado de
perplejidad por los pasillos de la casa y con la puerta de su atelier abierta
dando a entender las interminables tareas de limpieza que les impone el lugar. Probablemente
la puerta de su atelier continuará abierta por algunos días. Si a los demás les
resulta extraño será porque no conocen lo que les ocurrió a su llegada a
Paraguay y Suipacha. Seguro no olvidarán su primera noche en Buenos Aires
cuando -vestidos en pijamas-, fueron auxiliados por Ch luego de que la puerta
del departamento, al cerrarse de improviso, los dejara atrapados en los
pasillos del edificio.
El arquitecto Ch no subestima estos sucesos. El
joven atestigua presencias fantasmagóricas en la casa. Una mujer que dobla ropa
y un hombre de saco marrón han sido vistos no sólo por Ch. El anterior
inquilino del atelier E, aunque no parecía ser un hombre devoto, dejó pegadas
en las paredes una serie de estampas de santos que hicieron sospechar a Ch.
Pasado el tiempo de la primera vez que sintió que alguien lo despertaba, supo
Ch de boca del anterior ocupante del atelier E que había coincidencias sobre
los modos en que ambos -incluida también la novia del joven arquitecto-
percibían aquellas extrañas presencias y apariciones.
Si el atelier A lleva consigo esa carga
negativa, no ocurre lo mismo con el atelier B ubicado en la esquina. A pesar de
haber sido en otros tiempos el lugar elegido como estudio para la filmación de
producciones pornográficas, el buen estado de conservación que lo distingue en
la actualidad hace olvidar cualquier connotación relacionada directamente con cuestiones
ligadas a la moral y las buenas costumbres. La foto de archivo más famosa y
difundida de este atelier está tomada desde el entrepiso. La imagen retrata a una
máquina para ejercicios físicos ubicada a un lado de un caballete con un lienzo
en proceso en la cercanía de los paneles de cerramiento con alma de corcho que permiten
que el aire y la luz natural inunden el lugar en un anuncio de esa relación
entre el arte y el cuerpo -cifrada originariamente como un designio para este
atelier-, y que las películas supieron continuar a su manera.
Desde el año dos mil la arquitecta C es la
propietaria de la esquina y a ella se debe que lo haya vuelto a la vida luego
de una larga y dedicada tarea de restauración que incluye cateos de pintura
para devolver el color azulado original a las carpinterías y el rescate del
mueble-cocina a su estado inicial. La arquitecta C posee un libro muy completo
de la obra de Bonet que muestra con orgullo y con el que se documentó para el restauro.
El fuego acecha a este edificio. Al parecer, tiempo
antes de que C adquiriera el atelier, también ahí se había desatado un incendio
que en esa ocasión fue sofocado por los bomberos, quienes debieron romper la
puerta de acceso -que C recibió como herencia.
Este atelier tampoco tiene su escalera
caracol original. En su reemplazo lleva una escalera lineal a un costado y un
entrepiso ampliado que replica los detalles de anclaje y construcción originales.
El famoso parasol vertical con su asombroso mecanismo de apertura aún funciona
perfectamente aunque hace años colocaron por dentro una carpintería facetada
con vidrios que anula la intención original y vanguardista de producir un
espacio indefinido entre el interior y el exterior.
Pero si de situaciones de modificación se
trata, no tarda en aparecer en los diversos testimonios la intervención que
hicieran tiempo atrás en el local de la señora V, orgullosa defensora del
estado original de su negocio. El local de la esquina tenía por proyecto su
pequeño baño detrás de la escalera principal. Para acceder a él debían salir al
vestíbulo de acceso del edificio y pasar por debajo de la escalera. En la
actualidad la escalera común del edificio perdió los atributos escultóricos de
su forma debido al muro y la puerta que une el local con el baño y que impide
que el resto de los vecinos puedan acceder libremente al subsuelo. Para pasar
al sótano deben pedir permiso al local comercial o pedir la llave al arquitecto
Ch. El arquitecto Ch vive con su novia en el
atelier más grande. Conserva su escalera caracol intacta. El propietario, ya
fallecido, le realizó modificaciones tales como cubrir las dobles alturas con
entrepisos de madera, reemplazar las carpinterías de abrir por unas de hojas corredizas
colocadas por dentro de las originales, agregar un lavamanos en el baño, y otros
detalles menores. Ch asumió el desafío y hace grandes esfuerzos para ahorrar
dinero y comprarlo para así poder llevarlo al estado original. Cuando
modificaron un atelier vecino, él se quedó con la heladera original, un mueble
de madera que ahora lo utiliza como armario. También recuperó el piso de
pinotea que estaba pintado de negro.
Hace dos meses que el joven psicólogo S
alquiló el atelier C como consultorio luego de que su hermano y su novia -ambos
arquitectos-, lo convencieran de las virtudes del edificio. Para ello acordó un
alquiler bajo con la condición de acondicionarlo por su cuenta. Este atelier
tampoco conserva su escalera caracol. Le agregaron un entrepiso que llega hasta
las columnas, cerca del plano de la carpintería. El propietario es un abogado
que lo heredó de su padre, un arquitecto que durante años tuvo en
funcionamiento su estudio.
El psicólogo S está intentando amoblar la unidad
con equipamiento del clásico movimiento moderno. Luce con orgullo su sofá
Starck y aún duda si comprará una pintura de dos metros por dos con motivos
urbanos que una artista le dejara para ornamentar su lugar de trabajo. La
tradición psicoanalítica argentina convierte al diván o sillón para las
entrevistas en un atributo importante a la hora del tratamiento y las sesiones.
No hay nada dicho aún acerca del tipo de obras de arte más recomendables.
El nuevo sofá Starck de S contrasta con el cuero
gastado del sillón BKF original que el arquitecto M luce en su atelier. El
arquitecto M es el residente más antiguo y quien carga con más años a sus
espaldas. Es amigo del arquitecto N y recuerda con nostalgias otros tiempos en
los que sus amigos habitaban la casa y se reunían a diario a tomar café junto
al padre del actual propietario del atelier C. El arquitecto M conserva su
estudio en el estado original. Dice que “es como es”, y que con hacerle un
entrepiso “no se gana nada, todo lo contrario”. El atelier conserva todo el
espíritu del original pero con mínimo mantenimiento. Un indicio de voluntad lo
ofrecen las cajas con libros y revistas apiladas que manifiestan la intención
postergada de pintar nuevamente esas paredes descascaradas y patinadas por el
tiempo. Todo lo que aparece allí esta cargado de melancolía. Está repleto de
cosas y todas ellas son signos visibles de una escena alegórica. Las antiguas
maquetas colgadas y cargadas de polvo, la luz natural muy tenue que define
contraluces dramáticos en cada uno de los objetos y hasta los tableros de
dibujo que pertenecieran al arquitecto Alejandro Bustillo asumen el carácter de
reliquias potentes y oscuras. Aunque no es posible conocer todo el valor
contenido dentro de esas paredes, se puede, sin embargo, saber que tras la
visita de Bonet en 1982, quedó allí un juego de planos que, en el mismo acto de
visita, Bonet se encargó de rubricar. Tal vez esa firma haya sido –finalmente- el
sello simbólico de una alianza secreta que continúa confirmándose día a día.
Fallido el intento inicial de que los artistas tuvieran una comunidad establecida
como una especie de falansterio moderno, el tiempo confirmó a los arquitectos como
los que afectivamente han deseado proteger esta construcción como una joya de
familia. Por razones de edad M podría ser el padre de la arquitecta C y, a su
vez, ella podría ser la madre de Ch. Tres generaciones de arquitectos reconstruyen
un cuadro familiar con parientes secundarios, cercanos y lejanos. Todos
arquitectos que al día de hoy sobrellevan -al comando de sus ordenadores- el
exceso de luz de los apartamentos pensados para trabajar sobre lienzos, con la
fiel convicción de estar habitando un manifiesto y de sucumbir a su encanto
inicial en el deseo encubierto de reconocer en el sentido final de esa obra a
la arquitectura como arte.
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Si por alguna razón Bonet pensó a la
arquitectura de este edificio como una expresión surrealista, sus intenciones
no han sido cumplidas por otro motivo más contundente que el que la misma vida
le ha deparado como un conjuro tras el correr de los años. El vaticinio de una
existencia surreal se ha desencadenado entonces en aquella carga concentrada,
como una especie de célula dormida, que puede permitir que la nuda vida ordinaria
y doméstica cobre viva expresión y sobrescriba sus caracteres en la credencial
del monumento. Su lugar de obra canónica y fundamental para la arquitectura argentina
del siglo veinte es, tal vez, la razón por la que cada pequeño acontecimiento
que allí ocurre, por contraste, se vuelva extraordinario. Como la expresión
individual de ese sentido celular que la misma ciudad atesora, cada unidad
habitada, cada atelier, ha cobrado su
propia vida. Cada quien logró transformar y expresarse a sí mismo en la misma
apariencia de cada uno de los espacios. Y si la protección patrimonial del
municipio ha llegado, lo ha hecho para proteger y cristalizar este momento
actual -a más de setenta años de su inicio- como instante original retroactivo;
el que hace que una obra de arquitectura asuma su razón de ser y la condición
que hace tan compleja su existencia como hábitat y como vida sedimentada.
El desafío de habitar un manifiesto ha sido
diluido y potenciado en la natural manifestación de los hábitos. Por fuera de
la sacralidad que los monumentos modernos nos imponen, existe la posibilidad de
pensar que estos estudios para
artistas son efectivamente una honesta aventura social que se resiste a la
museificación sufrida por tantas obras singulares de la arquitectura moderna.
Gustavo Diéguez, Lucas Gilardi, Paola Salaberri
Buenos
Aires, marzo de 2010
El presente texto forma parte de la investigación
realizada para incluirse al trabajo presentado por el artista Xavier Arenós para
la muestra inaugural realizada en el edificio Canódromo Meridiana de Antonio
Bonet Castellana -'Canodrom 00:00:00'-, al iniciar sus funciones como Centro de
Arte Contemporáneo de Barcelona, a partir del 13 de abril de 2010.
Con su
proyecto “Arquitectura desplazada”, Arenós interviene en el edificio
refuncionalizado con una acción que vincula a la primera obra construida
durante su exilio (Edificio Suipacha y Paraguay, 1939) con la primera tras su retorno definitivo a Cataluña (Canódromo Meridiana, 1963).
Capítulo del libro A.B.C. Casa de Estudios
para Artistas. Canódrom, de Xavier Arenos. Investigación realizada con motivos de la
exposición colectiva 00.00.00 (del 13 al 23 de mayo de 2010) ideada por el Consell Nacional de la Cultura
i de les Arts (CoNCA) para inaugurar la primera fase del Canódrom. Centre d’Art. Barcelona. España.
2010. pp. 98-133 / 2010, Septiembre
Habitar un manifiesto fue también publicado en Revista
Plot. N°1. pp. 215-219