jueves, 2 de octubre de 2014

Reciclaje o una ideología estética

El concepto spolia se ha venido acuñando dentro de los estudios académicos de la historia del arte hace relativamente poco tiempo. Spolia se refiere a la reutilización de partes de antiguas construcciones arquitectónicas las cuales eran extraídas de edificios demolidos o en ruinas. El interés reciente por el concepto tal vez se deba a la vigencia adquirida por la idea del reciclaje de los recursos materiales en las sociedades contemporáneas.

Beat Brenk en su trabajo Spolia from Constantine to Charlemagne: Aesthetics versus Ideology supone la dualidad de las razones por las cuales ya desde la temprana era de Constantino se reutilizaban piezas de piedra preformadas de construcciones derruidas o de ciudades conquistadas para completar nuevas estructuras edilicias. La exposición victoriosa de columnas, frisos y arquitrabes como trofeos de guerra se opone para Brenk al argumento utilitarista del reaprovechamiento.

Sin embargo lo que nos termina por demostrar aquella experiencia histórica es que antes que el equilibrio tenso provocado por el antagonismo “estética versus ideología” prevalezca en el centro del análisis, el sobrepeso de la valoración simbólica de la reutilización inclinará la balanza porque el utilitarismo también supone una posición ideológica. Esta imagen extrema de la reutilización en su versión más despiadada, representada por la spolia, nos ayuda pensar sobre la significación que toma cualquier objeto reutilizado cuando cobra visibilidad, no hay ingenuidad en ello.

Todo indica que no habría un modo de separar ideología y estética del modo como se separan los residuos sólidos para su reinserción al ciclo productivo. La acción que decide el movimiento sistemático de un material de un lugar a otro, cada decisión que establezca un circuito de las materias hacia una nueva organización accede de alguna manera al cerco argumental de alguna ideología estética. A través de la forma en que asignamos orden y lugar a los materiales es que respondemos a un vínculo específico con la comunidad. Y habrá allí un ejercicio político.

Hace poco tiempo empezamos a comprender en Argentina que el mundo de los desechos es una oportunidad de negocios y que la basura es un tipo de mercancía porque, como en la spolia, hay apropiación de un bien. Poco a poco el ciclo de reincorporación de los desechos industriales al circuito productivo comienza a ser más efectivo. La legislación local comienza a regular esa tendencia varios años después que muchos países ya hayan comprobado que la disminución del impacto ambiental podía ir de la mano de ganancias económicas.

En el presente y en ese contexto, el reciclaje y la reutilización como conceptos que provienen del mundo industrial, constituyen el ciclo continuo de la producción en masa. El diseño con materiales reutilizados interrumpe muy temerosamente ese ciclo para permitirnos cometer pequeños ascensos de clase en algunos muy discretos casos del mundo de los desperdicios. Es cierto que la razón industrial lo determina, pero el reciclaje aplicado al diseño obedece a una razón artesanal. De este modo es que estamos vinculados a incursiones de reducido impacto en el ejercicio del proyecto en contextos de reutilidad, dentro de una cadena productiva que de manera desmesurada se acopla al sistema de consumo de un modo cada vez más expandido.
Caeríamos en una confusión si pensamos que la reutilización es una modalidad del proyecto. Es tan solo una herramienta de agenciamiento material y en ese sentido la vinculación con las particularidades de la tarea proyectual son las mismas que en la situación del empleo de materiales nuevos. Es por eso que la reutilización de materiales para el diseño se expone a un trabajo muy especial en lo referido a su colección y selección. Allí es donde establece su diferencia, aunque siempre jugando en los límites de los estándares de calidad. El diseño como estatuto reflexivo comprometido e involucrado por su propia constitución con la producción de alta calidad, se encuentra en dificultad ante la masividad de los desperdicios y la tarea de intervenir eficientemente en la reducción del impacto de la contaminación ambiental. De allí que la función ideológica del diseño se antepone, como injerencia, al fenómeno cuantitativo de la práctica del reaprovechamiento. Lo que el diseño de la reutilidad, si así pudiéramos llamarlo, produce hasta el momento son, acaso, parábolas literarias que intentan colaborar en la fijación de nuevos hábitos de consumo.

No obstante, la reutilización -como un postulado para la tarea proyectual-, se instala en estos tiempos en un nuevo vínculo con la historia. Habrá que revisar y emprender la tarea de reescribir una posible historia del diseño que se sitúe en un mundo finito y escaso. Aún la historia que opera como plataforma y núcleo teórico del diseño se sitúa en el mismo esquema de modernidad atado al imaginario del progreso infinito donde todos los bienes están disponibles de manera gratuita. Es así que hasta el discurso de la sostenibilidad adscripto a las normas de certificación LEED se monta desde sus parámetros de evaluación sobre la idea de lo nuevo.

Aún no se ha conseguido vincular directamente a la responsabilidad social empresaria del mundo productivo con la ingeniería de la producción y las nuevas cadenas de producción y consumo que incluyan al diseño de la reutilidad en sus procesos. Es la tarea que tenemos por delante y que excede al mundo de los diseñadores. Reutilizar es extender la vida de los objetos y la materia. Retrasar la caducidad de las cosas, re-trazar el camino de su vida útil, una tarea espiritual respecto a la caída del mundo. Una tarea de conciencia política sobre el límite de los recursos. El diseño vuelto designio desde el pasado cercano, como emergente de novedad bajo la forma nuevos trofeos de guerra ganados al tiempo, como nuevas spolias que lo desafían desde la imaginación.


mayo de 2014
Publicado en L I B R O - D A r A # 1 (septiembre de 2014)


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