El
concepto spolia se ha venido acuñando
dentro de los estudios académicos de la historia del arte hace relativamente
poco tiempo. Spolia se refiere a la
reutilización de partes de antiguas construcciones arquitectónicas las cuales
eran extraídas de edificios demolidos o en ruinas. El interés reciente por el
concepto tal vez se deba a la vigencia adquirida por la idea del reciclaje de
los recursos materiales en las sociedades contemporáneas.
Beat
Brenk en su trabajo Spolia from
Constantine to Charlemagne: Aesthetics versus Ideology supone la dualidad de
las razones por las cuales ya desde la temprana era de Constantino se
reutilizaban piezas de piedra preformadas de construcciones derruidas o de
ciudades conquistadas para completar nuevas estructuras edilicias. La
exposición victoriosa de columnas, frisos y arquitrabes como trofeos de guerra
se opone para Brenk al argumento utilitarista del reaprovechamiento.
Sin
embargo lo que nos termina por demostrar aquella experiencia histórica es que
antes que el equilibrio tenso provocado por el antagonismo “estética versus
ideología” prevalezca en el centro del análisis, el sobrepeso de la valoración
simbólica de la reutilización inclinará la balanza porque el utilitarismo
también supone una posición ideológica. Esta imagen extrema de la reutilización
en su versión más despiadada, representada por la spolia, nos ayuda pensar sobre la significación que toma cualquier
objeto reutilizado cuando cobra visibilidad, no hay ingenuidad en ello.
Todo
indica que no habría un modo de separar ideología y estética del modo como se
separan los residuos sólidos para su reinserción al ciclo productivo. La acción
que decide el movimiento sistemático de un material de un lugar a otro, cada
decisión que establezca un circuito de las materias hacia una nueva
organización accede de alguna manera al cerco argumental de alguna ideología
estética. A través de la forma en que asignamos orden y lugar a los materiales es
que respondemos a un vínculo específico con la comunidad. Y habrá allí un ejercicio
político.
Hace
poco tiempo empezamos a comprender en Argentina que el mundo de los desechos es
una oportunidad de negocios y que la basura es un tipo de mercancía porque,
como en la spolia, hay apropiación de
un bien. Poco a poco el ciclo de reincorporación de los desechos industriales
al circuito productivo comienza a ser más efectivo. La legislación local comienza
a regular esa tendencia varios años después que muchos países ya hayan
comprobado que la disminución del impacto ambiental podía ir de la mano de
ganancias económicas.
En el
presente y en ese contexto, el reciclaje y la reutilización como conceptos que
provienen del mundo industrial, constituyen el ciclo continuo de la producción
en masa. El diseño con materiales reutilizados interrumpe muy temerosamente ese
ciclo para permitirnos cometer pequeños ascensos de clase en algunos muy
discretos casos del mundo de los desperdicios. Es cierto que la razón
industrial lo determina, pero el reciclaje aplicado al diseño obedece a una
razón artesanal. De este modo es que estamos vinculados a incursiones de
reducido impacto en el ejercicio del proyecto en contextos de reutilidad,
dentro de una cadena productiva que de manera desmesurada se acopla al sistema
de consumo de un modo cada vez más expandido.
Caeríamos
en una confusión si pensamos que la reutilización es una modalidad del
proyecto. Es tan solo una herramienta de agenciamiento material y en ese
sentido la vinculación con las particularidades de la tarea proyectual son las
mismas que en la situación del empleo de materiales nuevos. Es por eso que la
reutilización de materiales para el diseño se expone a un trabajo muy especial
en lo referido a su colección y selección. Allí es donde establece su
diferencia, aunque siempre jugando en los límites de los estándares de calidad.
El diseño como estatuto reflexivo comprometido e involucrado por su propia
constitución con la producción de alta calidad, se encuentra en dificultad ante
la masividad de los desperdicios y la tarea de intervenir eficientemente en la reducción
del impacto de la contaminación ambiental. De allí que la función ideológica
del diseño se antepone, como injerencia, al fenómeno cuantitativo de la
práctica del reaprovechamiento. Lo que el diseño de la reutilidad, si así
pudiéramos llamarlo, produce hasta el momento son, acaso, parábolas literarias que
intentan colaborar en la fijación de nuevos hábitos de consumo.
No
obstante, la reutilización -como un postulado para la tarea proyectual-, se
instala en estos tiempos en un nuevo vínculo con la historia. Habrá que revisar
y emprender la tarea de reescribir una posible historia del diseño que se sitúe
en un mundo finito y escaso. Aún la historia que opera como plataforma y núcleo
teórico del diseño se sitúa en el mismo esquema de modernidad atado al
imaginario del progreso infinito donde todos los bienes están disponibles de
manera gratuita. Es así que hasta el discurso de la sostenibilidad adscripto a
las normas de certificación LEED se monta desde sus parámetros de evaluación sobre
la idea de lo nuevo.
Aún no
se ha conseguido vincular directamente a la responsabilidad social empresaria del
mundo productivo con la ingeniería de la producción y las nuevas cadenas de
producción y consumo que incluyan al diseño de la reutilidad en sus procesos. Es
la tarea que tenemos por delante y que excede al mundo de los diseñadores. Reutilizar
es extender la vida de los objetos y la materia. Retrasar la caducidad de las
cosas, re-trazar el camino de su vida útil, una tarea espiritual respecto a la
caída del mundo. Una tarea de conciencia política sobre el límite de los
recursos. El diseño vuelto designio desde el pasado cercano, como emergente de
novedad bajo la forma nuevos trofeos de guerra ganados al tiempo, como nuevas spolias que lo desafían desde la
imaginación.
mayo de 2014
Publicado en L I B R O - D A r A # 1 (septiembre de 2014)
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