jueves, 2 de octubre de 2014

Arquitectura. Una disciplina experimental

En ocasión del 12° aniversario de ARQ (periódico de arquitectura del diario Clarín) nos contactaron a propósito de una nota sobre Pensamiento y Arquitectura. A modo de guía nos hicieron las siguientes preguntas: preguntas:

"Si partimos de la idea de que hay dos posibles maneras de encarar la práctica profesional: 1) Experimental y arriesgada 2) Apegada a los encargos de los clientes. Tomando en cuenta la producción argentina de período de la última década: ¿Cuánto tiene de cada una? ¿Qué obras y estudios pueden incluirse en estas dos maneras de actuar? ¿Hay maneras intermedias o formas de fusionar ambas prácticas?"


Algunas experiencias recientes nos advierten que debièramos desconfiar de cualquier tipo de clasificación que establezca sus límites en términos de oposición absoluta sin contemplar todos los gradientes sobre los que se inscribe la observación que se está realizando. En todo caso parecen ser más fecundas las taxonomías tomadas de aspectos, si bien más disonantes, más preocupados por la valoración de la singularidad. Valga una nueva ocasión para recordar la consabida enumeración borgeana del cuento El idioma analítico de John Wilkins en la que se cita la clasificación de los animales consignados por una enciclopedia china que incluye seres tan disímiles y tan precisos como los embalsamados, los amaestrados o las sirenas.  En ese orden de cosas, la clasificación de los arquitectos diferenciados entre experimentales y obedientes, antes que responder a términos antagónicos –no creo que lo sean-, parecieran ser sólo un par de la infinita cantidad de posibles categorías componentes de alguna enciclopedia aun no escrita.
Ante esa dificultad abrumadora y por fuera de esta consideración epistemológica, podríamos considerar que siempre hay un componente experimental en la arquitectura construida en la medida que cada obra, cada acción proyectual, encierra algún tipo de riesgo en tanto que se trata de una tarea relacional. Lo experimental es, en sí mismo, un factor constitutivo de la arquitectura en lo que a toma de riesgos se refiere. Siempre estamos frente ante una especie de experimento con el otro. De tal modo se podrían clasificar las numerosas formas del riesgo. El riesgo puede ser físico, económico, social, cultural. Sus contextos particulares provocan, a su vez, combinaciones infinitas.
Desde el otro extremo de la antinomia se podrá afirmar que la arquitectura siempre, y por el peso propio de la historia, se debe a las continuidades y los vínculos con la tradición y con las convenciones. Por esa misma razón habrá de comprobarse también que ninguna obra es enteramente experimental. Pero lo cierto es que -cada tanto y hasta de manera imperceptible-, algunas obras propician algún movimiento o transformación produciendo algo que podría considerarse una innovación, una nueva forma de acceder con cierto nivel de eficacia a alguna determinada problemática. No me refiero a la sobreexpuesta apariencia tradicional de la vanguardia. En la idea de cualificar los contenidos y el sentido más avanzado de la experimentalidad, me animo a sugerir que serán aquellas innovaciones eficaces, sea cual fuere su campo de acción, las que nos permitan construir una definición ajustada del concepto de lo experimental. Estoy tentado de caer en el reduccionismo injusto para describir esta situación poniendo en escena el instante en el que me cruzo con una escalera sin fijaciones o con un recinto de ladrillos en un primer piso sin uniones ni argamasa. Ese reduccionismo me animaría a decir luego: estamos todos los arquitectos atravesando nuestras experiencias-experimentales, y además está Rafael Iglesia.
Seamos todos o tan sólo uno los arquitectos implicados en la tarea experimental, es en el nivel de interpretación social de la arquitectura como disciplina donde toma primordial relevancia la implicación o no de la Sociedad y el Estado en la consolidación de este tipo de aspiraciones. Propongo que nos preguntemos si la búsqueda y la necesidad de la innovación como capital cultural, como construcción del conocimiento y como un agente positivo para la transformación de nuestro hábitat es una preocupación prioritaria del colectivo social. Me adelanto a pensar, tal vez con algún nivel de optimismo, que las generaciones más jóvenes en los últimos años han comenzado a dar una respuesta positiva al respecto y que nuevas prácticas arquitectónicas se empiezan a ver en la medida que quienes realizan los encargos, también jóvenes, se están comenzando a implicar desde renovadas lecturas sociales y ambientales de la producción del hábitat y la vida en las ciudades.

Nota final: Como es de estilo corriente en la prensa escrita, nuestro texto no fue publicado como tal, solo se tomó algún fragmento aislado a modo de inserto en una nota redactada por la autora Cayetana Merce

Gustavo Diéguez
Septiembre 2014
ARQ 16-09


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