En ocasión del 12° aniversario de ARQ (periódico de arquitectura del diario Clarín) nos contactaron a propósito de una nota sobre Pensamiento y Arquitectura. A modo de guía nos hicieron las siguientes preguntas: preguntas:
Algunas
experiencias recientes nos advierten que debièramos desconfiar de cualquier tipo de
clasificación que establezca sus límites en términos de oposición absoluta sin contemplar
todos los gradientes sobre los que se inscribe la observación que se está
realizando. En todo caso parecen ser más fecundas las taxonomías tomadas de
aspectos, si bien más disonantes, más preocupados por la valoración de la
singularidad. Valga una nueva ocasión para recordar la consabida enumeración
borgeana del cuento El idioma analítico
de John Wilkins en la que se cita la clasificación de los animales
consignados por una enciclopedia china que incluye seres tan disímiles y tan
precisos como los embalsamados, los amaestrados o las sirenas. En ese orden de cosas, la clasificación de
los arquitectos diferenciados entre experimentales y obedientes, antes que
responder a términos antagónicos –no creo que lo sean-, parecieran ser sólo un
par de la infinita cantidad de posibles categorías componentes de alguna
enciclopedia aun no escrita.
Ante
esa dificultad abrumadora y por fuera de esta consideración epistemológica, podríamos considerar que siempre hay un componente experimental en la arquitectura construida en la
medida que cada obra, cada acción proyectual, encierra algún tipo de riesgo en
tanto que se trata de una tarea relacional. Lo experimental es, en sí mismo, un
factor constitutivo de la arquitectura en lo que a toma de riesgos se refiere.
Siempre estamos frente ante una especie de experimento con el otro. De tal modo
se podrían clasificar las numerosas formas del riesgo. El riesgo puede ser
físico, económico, social, cultural. Sus contextos particulares provocan, a su
vez, combinaciones infinitas.
Desde
el otro extremo de la antinomia se podrá afirmar que la arquitectura siempre, y
por el peso propio de la historia, se debe a las continuidades y los vínculos
con la tradición y con las convenciones. Por esa misma razón habrá de
comprobarse también que ninguna obra es enteramente experimental. Pero lo cierto
es que -cada tanto y hasta de manera imperceptible-, algunas obras propician
algún movimiento o transformación produciendo algo que podría considerarse una
innovación, una nueva forma de acceder con cierto nivel de eficacia a alguna
determinada problemática. No me refiero a la sobreexpuesta apariencia
tradicional de la vanguardia. En la idea de cualificar los contenidos y el
sentido más avanzado de la experimentalidad, me animo a sugerir que serán
aquellas innovaciones eficaces, sea cual fuere su campo de acción, las que nos permitan
construir una definición ajustada del concepto de lo experimental. Estoy
tentado de caer en el reduccionismo injusto para describir esta situación
poniendo en escena el instante en el que me cruzo con una escalera sin
fijaciones o con un recinto de ladrillos en un primer piso sin uniones ni argamasa.
Ese reduccionismo me animaría a decir luego: estamos todos los arquitectos atravesando
nuestras experiencias-experimentales, y además está Rafael Iglesia.
Seamos
todos o tan sólo uno los arquitectos implicados en la tarea experimental, es en
el nivel de interpretación social de la arquitectura como disciplina donde toma
primordial relevancia la implicación o no de la Sociedad y el Estado en la
consolidación de este tipo de aspiraciones. Propongo que nos preguntemos si la
búsqueda y la necesidad de la innovación como capital cultural, como
construcción del conocimiento y como un agente positivo para la transformación
de nuestro hábitat es una preocupación prioritaria del colectivo social. Me
adelanto a pensar, tal vez con algún nivel de optimismo, que las generaciones
más jóvenes en los últimos años han comenzado a dar una respuesta positiva al
respecto y que nuevas prácticas arquitectónicas se empiezan a ver en la medida
que quienes realizan los encargos, también jóvenes, se están comenzando a implicar
desde renovadas lecturas sociales y ambientales de la producción del hábitat y
la vida en las ciudades.
Nota final: Como es de estilo corriente en la prensa escrita, nuestro texto no fue publicado como tal, solo se tomó algún fragmento aislado a modo de inserto en una nota redactada por la autora Cayetana Merce
Gustavo
Diéguez
Septiembre
2014
ARQ
16-09
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