miércoles, 26 de febrero de 2014

Habitar un manifiesto (instrucciones de uso)

En los últimos tiempos, los edificios canónicos de la moderna arquitectura argentina se enfrentan con la pregunta desafiante sobre su relación con lo perdurable y el paso del tiempo. La destinación de un cambio de época bajo el paradigma de la modernidad no resignó en los arquitectos de aquel entonces la pretensión de perdurabilidad que la arquitectura clásica definió desde los tiempos de la firmitas vitruviana. Sin embargo, los años recientes nos han hecho testigos de casos más que simbólicos del estado de caída y decadencia de obras singulares tales como el incendio y el vandalismo en la Casa sobre el arroyo de Amancio Williams o el abandono y desmantelamiento del Parador Ariston de Marcel Breuer y Eduardo Catalano. Dentro de esta consideración, el edificio de Paraguay y Suipacha asume un especial interés debido a su uso ininterrumpido y a la experiencia de vida acumulada desde 1939.  Desde la óptica de la supervivencia de las obras notables, se ha vuelto oportuno abordar el registro tanto de las huellas del tiempo trascurrido como del presente de la obra Austral de Bonet, Vera Barros y López Chas, en su doble y simultánea condición: como manifiesto construido y como vecindario.  
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Mientras fuma un cigarrillo en la acera, la señora V se jacta de mantener el negocio con todos sus detalles intactos, incluidos los colores. La única modificación que reconoce es el reemplazo -por razones de seguridad- de las planchas perforadas ubicadas en la base de las vidrieras. La señora V no ahorra críticas para los otros tres locales comerciales que modifican constantemente su fisonomía sin respetar el diseño de Bonet.
Ella es la nuera del dueño original y la actual propietaria del local de accesorios para la moda ubicado en la esquina del edificio. En realidad su punto fuerte es la venta de sombreros, un accesorio que parecía haber caído en el olvido. Sombreros, cobijo, bóvedas, bonetes, Bonet. Hace muy poco tiempo la marquesina de la Casa V fue retirada de la fachada y nuevamente se volvió a ver en el muro las piezas metálicas con los nombres de Antonio Bonet Castellana, Horacio Vera Barros y Abel López Chas. Un indicio claro conduce a confirmar la razón del gesto distante de la señora V. Sus sombreros importados de España son comprados regularmente por la presidente de la Argentina, la señora CFK. El local, al igual que la señora V, lleva el apellido de su suegro fallecido hace tan solo un año. Un segundo detalle cobra evidencia. Uno de los cristales curvos ha sido provisoriamente reemplazado por uno facetado a la espera del reemplazo del costoso cristal original de proveniencia francesa. Es que un motociclista se estrelló contra la esquina. Aquella noche a las tres de la mañana, cuando nadie aparecía para ayudar, el arquitecto Ch bajó a asistirlo. Poco después, la policía se hizo presente en el lugar y se pudo saber que el accidentado era un dealer de cocaína. El arquitecto Ch deja ver su solidaridad no solo con este gesto. Desde hace un tiempo ha comenzado a ocuparse de atender y estar pendiente de ciertas tareas menores de mantenimiento común del edificio. El joven arquitecto Ch es el único habitante permanente del edificio, alquila el atelier E como vivienda y también, junto a sus socios arquitectos, ha rentado el atelier G, que alguna vez ocupara el propio Bonet. Es por eso que, en homenaje al arquitecto catalán, bautizaron a su estudio con el nombre de atelier B. El propietario de esta unidad es el arquitecto A, quien desde hace nueve años reside en Barcelona. Tal parece que el arquitecto A ha restaurado con mucho esfuerzo el apartamento y los jóvenes lo han recibido en muy buen estado. Los cuatro arquitectos del atelier B, ex alumnos y amigos de A, mantuvieron durante un buen tiempo el ritual de concurridas reuniones y cenas con amigos en la terraza. Unos esqueletos de sillas BKF, más bien recientes, y otros pequeños bancos diseñados por ellos han colonizado ese espacio una vez que el rito social perdió frecuencia. El suelo de la terraza tenía un acabado final con un pequeño sustrato de piedras partidas que por problemas de filtraciones de humedad fue quitado y sustituido por una membrana pintada de verde que intentó resolver el problema. Sobre las carpinterías que dan a Suipacha, había un toldo deslizable, pero lo retiraron porque el estado de las planchuelas metálicas y el peso soportado por ellas despertó el temor de un derrumbe hacia la calle. Algo diferente ocurrió en el atelier F, en el segundo piso sobre Paraguay. Su propietario las cambió íntegramente, copiando el esquema original. La carpintería de la fachada fue reconstruida. Le agregaron doble vidrio hermético para mejorar el aislamiento acústico y térmico y repararon los toldos que actualmente funcionan a la perfección. Este atelier pertenece al señor N, un conocido arquitecto que durante mucho tiempo fue el director de la biblioteca de la Facultad de Arquitectura. Aquí también vivió su hija. El departamento fue restaurado íntegramente. Aun conserva el hogar a leña original y su heladera que ya no funciona como tal. Hace unos meses el atelier F fue rentado por el señor C.  El señor C estudió arquitectura, razón por la cual conocía el edificio. De tanto en tanto lo fotografiaba de pasada. Una vez vio que estaba en alquiler y no lo dudó.
Pronto se conoce el verdadero sentido que llevan los comentarios de la señora V y de la voluntad que pone el arquitecto Ch en el cuidado del edificio. Las primeras palabras críticas de la señora V hacen alusión a la ausencia de provisión de gas. El comentario recibido por parte de quienes más tiempo llevan en Paraguay y Suipacha es que un día la caldera se rompió y así colapsó el servicio. Un destino semejante sufrió el montacargas de hierro fundido que bajaba al sótano. De un día para el otro y sin demasiada información fue tirado a la calle.
Todo indica que los asuntos relacionados con temas de mantenimiento forman parte de una escena de fondo aún no resuelta. La encargada histórica del mantenimiento del edificio, aunque fue despedida de sus funciones, sigue habitando en la diminuta portería del edificio -situada en el último nivel- contra la voluntad de un grupo de vecinos, resistiéndose al desalojo. Si alguna duda queda acerca de que la vida de las obras depende de sus habitantes lo confirma el arquitecto M, tal vez el único defensor de la antigua encargada. Según el arquitecto M -profesor de arquitectura industrial de la Universidad de Buenos Aires y propietario del atelier D desde 1980-, fue ella quien apagó el incendio que se iniciara en el atelier A, y por lo tanto, a la encargada se le debe que el edificio no haya sufrido daños irreparables. El atelier A carga con varias historias que lo llevan a ser considerado por motivos diversos, y a la vez concurrentes, como la oveja negra del conjunto de apartamentos. Versiones cruzadas vinculan a este apartamento con escenas marginales que convierten en sospechoso a cualquier nuevo inquilino que se asome. Aparecen así escenas ligadas con la prostitución y la venta de estupefacientes que incluyen hasta a famosos jugadores de fútbol de renombre internacional. Cada uno de los que habitan el edificio ha sacado las más diversas conclusiones acerca del dueño del atelier A. Nadie conoce su rostro y eso genera sospechas hasta de su misma existencia.
Sin dudas, el atelier A es el que más transformaciones sufrió. El entrepiso ha sido ampliado, perdiendo la doble altura. La escalera metálica helicoidal fue reemplazada por una muy discreta escalera recta y los paneles de fachada delicadamente compuestos fueron tapados por placas de roca de yeso, con lo cual cada rasgo de posible identidad con los estudios de artistas fue borrado para convertirse en un vulgar y opresivo espacio. No decían lo mismo las fotografías que ofrecían en alquiler el departamento por internet. Por ese motivo dos jóvenes brasileños que se han instalado en Buenos Aires para estudiar medicina entendieron que habían sido defraudados por el propietario. Así se los ve en estos días a los muchachos mientras esperan la llegada de otros dos compañeros: deambulando en estado de perplejidad por los pasillos de la casa y con la puerta de su atelier abierta dando a entender las interminables tareas de limpieza que les impone el lugar. Probablemente la puerta de su atelier continuará abierta por algunos días. Si a los demás les resulta extraño será porque no conocen lo que les ocurrió a su llegada a Paraguay y Suipacha. Seguro no olvidarán su primera noche en Buenos Aires cuando -vestidos en pijamas-, fueron auxiliados por Ch luego de que la puerta del departamento, al cerrarse de improviso, los dejara atrapados en los pasillos del edificio.
El arquitecto Ch no subestima estos sucesos. El joven atestigua presencias fantasmagóricas en la casa. Una mujer que dobla ropa y un hombre de saco marrón han sido vistos no sólo por Ch. El anterior inquilino del atelier E, aunque no parecía ser un hombre devoto, dejó pegadas en las paredes una serie de estampas de santos que hicieron sospechar a Ch. Pasado el tiempo de la primera vez que sintió que alguien lo despertaba, supo Ch de boca del anterior ocupante del atelier E que había coincidencias sobre los modos en que ambos -incluida también la novia del joven arquitecto- percibían aquellas extrañas presencias y apariciones.
Si el atelier A lleva consigo esa carga negativa, no ocurre lo mismo con el atelier B ubicado en la esquina. A pesar de haber sido en otros tiempos el lugar elegido como estudio para la filmación de producciones pornográficas, el buen estado de conservación que lo distingue en la actualidad hace olvidar cualquier connotación relacionada directamente con cuestiones ligadas a la moral y las buenas costumbres. La foto de archivo más famosa y difundida de este atelier está tomada desde el entrepiso. La imagen retrata a una máquina para ejercicios físicos ubicada a un lado de un caballete con un lienzo en proceso en la cercanía de los paneles de cerramiento con alma de corcho que permiten que el aire y la luz natural inunden el lugar en un anuncio de esa relación entre el arte y el cuerpo -cifrada originariamente como un designio para este atelier-, y que las películas supieron continuar a su manera.
Desde el año dos mil la arquitecta C es la propietaria de la esquina y a ella se debe que lo haya vuelto a la vida luego de una larga y dedicada tarea de restauración que incluye cateos de pintura para devolver el color azulado original a las carpinterías y el rescate del mueble-cocina a su estado inicial. La arquitecta C posee un libro muy completo de la obra de Bonet que muestra con orgullo y con el que se documentó para el restauro.
El fuego acecha a este edificio. Al parecer, tiempo antes de que C adquiriera el atelier, también ahí se había desatado un incendio que en esa ocasión fue sofocado por los bomberos, quienes debieron romper la puerta de acceso -que C recibió como herencia.
Este atelier tampoco tiene su escalera caracol original. En su reemplazo lleva una escalera lineal a un costado y un entrepiso ampliado que replica los detalles de anclaje y construcción originales. El famoso parasol vertical con su asombroso mecanismo de apertura aún funciona perfectamente aunque hace años colocaron por dentro una carpintería facetada con vidrios que anula la intención original y vanguardista de producir un espacio indefinido entre el interior y el exterior.
Pero si de situaciones de modificación se trata, no tarda en aparecer en los diversos testimonios la intervención que hicieran tiempo atrás en el local de la señora V, orgullosa defensora del estado original de su negocio. El local de la esquina tenía por proyecto su pequeño baño detrás de la escalera principal. Para acceder a él debían salir al vestíbulo de acceso del edificio y pasar por debajo de la escalera. En la actualidad la escalera común del edificio perdió los atributos escultóricos de su forma debido al muro y la puerta que une el local con el baño y que impide que el resto de los vecinos puedan acceder libremente al subsuelo. Para pasar al sótano deben pedir permiso al local comercial o pedir la llave al arquitecto Ch. El arquitecto Ch vive con su novia en el atelier más grande. Conserva su escalera caracol intacta. El propietario, ya fallecido, le realizó modificaciones tales como cubrir las dobles alturas con entrepisos de madera, reemplazar las carpinterías de abrir por unas de hojas corredizas colocadas por dentro de las originales, agregar un lavamanos en el baño, y otros detalles menores. Ch asumió el desafío y hace grandes esfuerzos para ahorrar dinero y comprarlo para así poder llevarlo al estado original. Cuando modificaron un atelier vecino, él se quedó con la heladera original, un mueble de madera que ahora lo utiliza como armario. También recuperó el piso de pinotea que estaba pintado de negro.
Hace dos meses que el joven psicólogo S alquiló el atelier C como consultorio luego de que su hermano y su novia -ambos arquitectos-, lo convencieran de las virtudes del edificio. Para ello acordó un alquiler bajo con la condición de acondicionarlo por su cuenta. Este atelier tampoco conserva su escalera caracol. Le agregaron un entrepiso que llega hasta las columnas, cerca del plano de la carpintería. El propietario es un abogado que lo heredó de su padre, un arquitecto que durante años tuvo en funcionamiento su estudio.
El psicólogo S está intentando amoblar la unidad con equipamiento del clásico movimiento moderno. Luce con orgullo su sofá Starck y aún duda si comprará una pintura de dos metros por dos con motivos urbanos que una artista le dejara para ornamentar su lugar de trabajo. La tradición psicoanalítica argentina convierte al diván o sillón para las entrevistas en un atributo importante a la hora del tratamiento y las sesiones. No hay nada dicho aún acerca del tipo de obras de arte más recomendables.
El nuevo sofá Starck de S contrasta con el cuero gastado del sillón BKF original que el arquitecto M luce en su atelier. El arquitecto M es el residente más antiguo y quien carga con más años a sus espaldas. Es amigo del arquitecto N y recuerda con nostalgias otros tiempos en los que sus amigos habitaban la casa y se reunían a diario a tomar café junto al padre del actual propietario del atelier C. El arquitecto M conserva su estudio en el estado original. Dice que “es como es”, y que con hacerle un entrepiso “no se gana nada, todo lo contrario”. El atelier conserva todo el espíritu del original pero con mínimo mantenimiento. Un indicio de voluntad lo ofrecen las cajas con libros y revistas apiladas que manifiestan la intención postergada de pintar nuevamente esas paredes descascaradas y patinadas por el tiempo. Todo lo que aparece allí esta cargado de melancolía. Está repleto de cosas y todas ellas son signos visibles de una escena alegórica. Las antiguas maquetas colgadas y cargadas de polvo, la luz natural muy tenue que define contraluces dramáticos en cada uno de los objetos y hasta los tableros de dibujo que pertenecieran al arquitecto Alejandro Bustillo asumen el carácter de reliquias potentes y oscuras. Aunque no es posible conocer todo el valor contenido dentro de esas paredes, se puede, sin embargo, saber que tras la visita de Bonet en 1982, quedó allí un juego de planos que, en el mismo acto de visita, Bonet se encargó de rubricar. Tal vez esa firma haya sido –finalmente- el sello simbólico de una alianza secreta que continúa confirmándose día a día. Fallido el intento inicial de que los artistas tuvieran una comunidad establecida como una especie de falansterio moderno, el tiempo confirmó a los arquitectos como los que afectivamente han deseado proteger esta construcción como una joya de familia. Por razones de edad M podría ser el padre de la arquitecta C y, a su vez, ella podría ser la madre de Ch. Tres generaciones de arquitectos reconstruyen un cuadro familiar con parientes secundarios, cercanos y lejanos. Todos arquitectos que al día de hoy sobrellevan -al comando de sus ordenadores- el exceso de luz de los apartamentos pensados para trabajar sobre lienzos, con la fiel convicción de estar habitando un manifiesto y de sucumbir a su encanto inicial en el deseo encubierto de reconocer en el sentido final de esa obra a la arquitectura como arte.
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Si por alguna razón Bonet pensó a la arquitectura de este edificio como una expresión surrealista, sus intenciones no han sido cumplidas por otro motivo más contundente que el que la misma vida le ha deparado como un conjuro tras el correr de los años. El vaticinio de una existencia surreal se ha desencadenado entonces en aquella carga concentrada, como una especie de célula dormida, que puede permitir que la nuda vida ordinaria y doméstica cobre viva expresión y sobrescriba sus caracteres en la credencial del monumento. Su lugar de obra canónica y fundamental para la arquitectura argentina del siglo veinte es, tal vez, la razón por la que cada pequeño acontecimiento que allí ocurre, por contraste, se vuelva extraordinario. Como la expresión individual de ese sentido celular que la misma ciudad atesora, cada unidad habitada, cada atelier, ha cobrado su propia vida. Cada quien logró transformar y expresarse a sí mismo en la misma apariencia de cada uno de los espacios. Y si la protección patrimonial del municipio ha llegado, lo ha hecho para proteger y cristalizar este momento actual -a más de setenta años de su inicio- como instante original retroactivo; el que hace que una obra de arquitectura asuma su razón de ser y la condición que hace tan compleja su existencia como hábitat y como vida sedimentada.
El desafío de habitar un manifiesto ha sido diluido y potenciado en la natural manifestación de los hábitos. Por fuera de la sacralidad que los monumentos modernos nos imponen, existe la posibilidad de pensar que estos estudios para artistas son efectivamente una honesta aventura social que se resiste a la museificación sufrida por tantas obras singulares de la arquitectura moderna.

Gustavo Diéguez, Lucas Gilardi, Paola Salaberri
Buenos Aires, marzo de 2010




El presente texto forma parte de la investigación realizada para incluirse al trabajo presentado por el artista Xavier Arenós para la muestra inaugural realizada en el edificio Canódromo Meridiana de Antonio Bonet Castellana -'Canodrom 00:00:00'-, al iniciar sus funciones como Centro de Arte Contemporáneo de Barcelona, a partir del 13 de abril de 2010.
Con su proyecto “Arquitectura desplazada”, Arenós interviene en el edificio refuncionalizado con una acción que vincula a la primera obra construida durante su exilio (Edificio Suipacha y Paraguay, 1939) con la primera tras su retorno definitivo a Cataluña (Canódromo Meridiana, 1963).
Capítulo del libro A.B.C. Casa de Estudios para Artistas. Canódrom, de Xavier Arenos. Investigación realizada con motivos de la exposición colectiva 00.00.00 (del 13 al 23 de mayo de 2010) ideada por el Consell Nacional de la Cultura i de les Arts (CoNCA) para inaugurar la primera fase del Canódrom. Centre d’Art. Barcelona. España. 2010. pp. 98-133 / 2010, Septiembre

Habitar un manifiesto fue también publicado en Revista Plot. N°1. pp. 215-219              


Aprendizaje o la búsqueda del enemigo ideal

I. Piedra y papel

            La imagen de la arquitectura se nos ha revelado en un formato gráfico. Antes de haberlas tocado con nuestras manos, las obras pasaron por la mediación de un lente y de una instancia editorial. Fueron transformadas al ser expuestas bajo un orden, y sólo algunas escenas de su estado, seleccionadas con intención manifiesta. Podemos convenir que se nos han presentado por primera vez bajo la forma de un libro o una publicación; allí recibieron su designación como obras. Desde hace mucho tiempo que los viajes perdieron su carácter anticipatorio para con las obras y la sorpresa de su existencia. Desde hace menos tiempo solo se nos confirma la falsedad o no de los encuadres, los tamaños, las relaciones con el contexto en el que se ubican o si les ha sido justo el paso del tiempo. No es poca cosa. Pero nadie pone a discusión la razón ni el contenido de verdad de la primera foto publicada. Una técnica somete a otra a sus dominios. La fotografía encierra por sus medios a la arquitectura, a la vez que el armado editorial formula un orden visual para ambas.

            El libro de arquitectura, como un componente inicial de la relación con el material arquitectónico, adquiere las características formales de una mirada adaptada a la manera del objeto transicional en el niño -muestra como verdadero algo que lo representa y que se nos hace verdadero por su sustitución. El arché de esa relación es el libro, opera como agente del conocimiento denominativo de la arquitectura. Ese origen consiste en la representación –o re-figuración- que las obras consuman en el papel y que las legitiman. Acentuando una hipótesis extrema, por su capacidad sustitutiva el libro llega a ser la obra y las sucesivas publicaciones la extensión de su ‘vida’.

            La arquitectura gráfica contiene su propia conciencia. Los emprendimientos editoriales han disuelto (o pospuesto) la oposición o el conflicto entre las obras y los proyectos al editarlos juntos –eso incluye cualquier pieza de archivo-, y han elevado la publicación a una instancia objetual de un rango similar al de la obra construida. 

            El viaje documental que había consolidado su validez histórica en ocasión del tradicional Grand Prix[1] de Roma como experiencia de conocimiento de la arquitectura, a partir de la tarea de reconstrucción gráfica por medio del dibujo –la ruina era su origen-, con el tiempo se ha ido desplazando hacia otros formatos no institucionales o de otra condición institucional que la de aquella reconstrucción, como la canonización editorial. Como ejemplo de aquello conviene revisar los criterios de selección que las revistas emplean para su listado de números monográficos y la consecuente legitimación de esas series. Puede contarse también con que la canonización como mecanismo clasificatorio del conocimiento ha perdido a sus baluartes durante el siglo veinte, principalmente a Phillip Johnson como el especialista predominante en esos menesteres. 

            La tutoría de las obras que ejercía la institución académica encontró reemplazo en la de los medios editoriales y su corte o perfil curatorial. Sin embargo la universidad contemporánea asume desde siempre un rol complementario y eficaz como instancia final del ciclo constructivo del cuerpo disciplinar, y debió asumir toda la responsabilidad una vez que la crítica arquitectónica como oficio y género estético inició su retirada. La relación de identidad que establece la universidad con las publicaciones se anticipa al estado real de las obras, por medio de un campo especulativo en el que éstas pueden hacer verosímil sus mutuas relaciones: el trabajo de análisis sobre el papel impreso, el proceso de desarmado y de fragmentación de la documentación; un proceso opuesto al de reconstrucción gráfica de ruinas.

            En la universidad se recorta finalmente el espectro de obras mediante la selección de casos y la instalación de modelos operativos a seguir. Sin embargo sería de interés repasar la cadena de mediaciones y sustituciones entre obra, publicación y análisis académico para llegar a preguntar por las inferencias que suponen esos desplazamientos en la vida de los objetos de la arquitectura para que los modos proyectuales tomen un rumbo histórico determinado. Y en todo caso qué es lo que se agrega a este planteo tras la proliferación indiscriminada propia de la mundialización informativa y de las imágenes que representa internet y sus múltiples plataformas de observación. La imagen de la arquitectura se nos ha revelado en un formato gráfico, pero ¿es cierto que se rebela en un formato virtual?  Una hipótesis que aventura un desenlace breve al respecto es aquella que puede asegurar que los medios virtuales en su masividad sólo han colaborado a darle más poder y autoridad a los medios editoriales de la gráfica tradicional, en tanto selectos cúmulos de conocimiento calificado.

            En el caso argentino un repaso histórico por algunas situaciones contingentes pueden acercar otra hipótesis sobre la actual situación relacionada con la vinculación entre modos de producción y enseñanza de la arquitectura en relación a los formatos con que ella se nos presenta.


II. Rebeldía y aprendizaje

            Luego de la discusión registrada durante los años treinta por las revistas de arquitectura argentinas -en razón de la aparición de una arquitectura moderna y la necesidad de precisarla-, pasaron muchos años hasta que se instalara en los dominios del ambiente arquitectónico local alguna otra discusión que se desplace por algún andarivel relacionado con los aspectos metodológicos del proyecto. 

            En aquel momento la necesidad de definir la nueva arquitectura había encontrado resistencia en aquellos que ocupaban lugares centrales dentro de la enseñanza. Se enfrentaban con el desafío de una nueva generación que, si bien había recibido los conceptos clásicos, comenzaba a trabajar por fuera de dichos parámetros. La discusión, podría facilitarse, tuvo una raíz académica. El debate internacional tomó colores locales y asumió su cuerpo en la estructura académica de los profesores y la disputa de espacios dentro de la misma institución.

            Es el inicio de un camino de transformaciones en los que la actividad universitaria tendrá influencia determinante para el desarrollo de un debate interno del ejercicio de la disciplina como es aquel sobre la naturaleza de la proyectación muchas veces confundida con un problema de apariencias estilísiticas relacionadas a lo estrictamente ornamental. La actitud vanguardista comprenderá dentro de los postulados fundantes de su razón de existencia la necesidad de quebrar el orden establecido. Si bien no se llegó a una hegemonía respecto al pensamiento de vanguardia como actitud general, para el medio académico comenzó a reconocerse la necesidad de invertir el proceso de enseñanza de órdenes generales incorporando la noción de aprendizaje de procedimientos particulares.
           
            Aprendizaje antes que enseñanza, inversión de la dinámica. El ejercicio del aprendizaje se modeló desde esa actitud de rebeldía que le es constitutiva a la confrontación propia de la madurez juvenil y a la pregunta por el sentido histórico, propia de la búsqueda de la pertinencia.

            La producción de la rebeldía precisa de rivales, adversarios y, en el mejor de los casos, de enemigos.

            Si el claro enemigo para esta etapa inicial de la arquitectura moderna en la Argentina, lo constituía el estatuto de reglas y normas que habían sido impuestas desde la manualística, los tratados de arquitectura y el armado institucional de la formación del oficio arquitectónico, una etapa posterior tendrá como frontera a la exclusión universitaria de un grupo destacado de profesionales relacionados íntimamente con la enseñanza. El largo camino de deterioro institucional del país encuentra así, años después, otro ejemplo que supo utilizar herramientas de acción desde la confrontación académica. Los años setenta vieron el nacimiento de un nuevo espacio fértil en la situación de exclusión académica acontecida durante la dictadura militar. La Escuelita[2] apareció entonces en 1977 como un catalizador de tal situación, un espacio sustituto ante el proceso naciente de empobrecimiento educativo general, en el que se ejercitaron nuevas formas de abordar la teoría y la práctica del proyecto. Nuevamente una razón académica instala un nuevo espacio reflexivo. No es casual ese momento en el contexto internacional que dejaba ver el desarrollo de una nueva situación en España a través de las publicaciones del Colegio de Arquitectos de Madrid y Arquitecturas Bis, o la presencia del IAUS en Estados Unidos con la publicación de Oppositions y sus discusiones sobre la autonomía disciplinar. De allí que los postulados del proyecto incluyeran como premisas que la experiencia debía recuperar un campo de estudios de la arquitectura como disciplina y que ello debía ser realizado mediante la práctica concreta del diseño.

            “Los cursos de Arquitectura/77 tienen el objetivo común de servir como una aproximación al análisis crítico del conjunto de ideas sobre la arquitectura que estructura el modo en que la producimos. El análisis de sus formas dogmáticas, sus sistemas de normas, el origen de las distintas concepciones de la acción de proyectar, y, a través de este análisis, pensar las alternativas de superación. Se trata, en primera instancia, de hacer a través de diferentes experiencias pedagógicas un cuestionamiento sistemático de las nociones y argumentos que dominan las concepciones arquitectónicas actuales y que derivan en su generalidad de las ideologías post-funcionalistas.”[3]
           
            La salida obligada paredes afuera de las instituciones universitarias intervenidas por la dictadura, terminó por cohesionar a un grupo de arquitectos y estudiantes avanzados bajo una nueva forma de pensar la arquitectura como lugar del proyecto. Sin embargo, fuera de la inmediatez con que pudo llegar a interpretarse la diferencia ideológico-política del caso y la variedad de posiciones personales posibles al respecto, cabe concluir que por variados motivos el conflicto se dirimió y se puso de manifiesto dentro del específico terreno de lo arquitectónico y bajo sus propias herramientas.

            Una razón estética que define una situación política y una situación política que modela un posicionamiento estético proyectual. Una posible caracterización de esos dos recortes históricos, los 30’s y los 70’s, nos llevan a preguntarnos sobre el momento actual.


III.   Escasez y pobreza

            Al día de hoy, a sólo horas de la caída del muro hipotecario, resultaría interesante poder encontrarnos dando el salto revelador en un intento por interpretar los tiempos que corren y pararnos frente al enemigo ideal que nos saque de la indolencia. Resulta que no es muy visible por ahora. Los ejemplos citados que nos han precedido se sostenían en los grandes relatos que aparecían delante de los ojos. Contaban con el aval notarial de la discusión y el debate internacional: en el primero de los casos en razón de la materialización de los paradigmas de la modernidad, en el segundo por la instalación tardía del discurso de la posmodernidad.
           
            Entrados en un nuevo siglo, cobra interés insistir en la búsqueda de otros momentos históricos de discusión disciplinar que hayan visitado este orden de problemas con alguna repercusión en el escenario académico. En lo inmediato, quien haga un repaso por los últimos siete años de los suplementos y las revistas de arquitectura se encontrará con que la mayoría de las discusiones responden a preocupaciones urbanístico-arquitectónicas más cercanas a la formación de opinión pública que al campo autónomo de la proyectación –la autopista de Puerto Madero, la torre de 1000 metros, el impacto de las torres, alguna célebre demolición patrimonial, el estilo de vida de los barrios cerrados, el monumento para el Bicentenario-, quedando como discusión más saliente la preocupación estilística por el revisionismo afrancesado de algunos emprendimientos inmobiliarios. Todos esos temas representan instancias reflejas de la predominante situación productiva, propia de la recuperación económica, aunque sin fundamentos propositivos más allá de los escollos que fueron superados con algunas propuestas innovadoras que se rebelaron hábilmente de la mecánica impuesta por las normativas urbanas. El impulso productivo dejó vacante el espacio reflexivo, al tiempo que el cambio generacional en la universidad pública de Buenos Aires sólo dejó entrever una discusión intergeneracional de superficie que cifró toda la polémica en la asignación y la titularidad de los cargos docentes a través de estratagemas y artilugios de corta altura, como un reflejo inmediato de la lógica política de la escena nacional.
           
            No es extraño entonces cotejar que ninguna discusión disciplinar haya sido sembrada o haya surgido con fuerza y de manera prioritaria en las agendas de las unidades académicas de los años recientes.

            Nos toca presenciar la caída del sistema financiero internacional en el mismo momento en que la sostenibilidad como discurso para la arquitectura emprende su más vigorosa arremetida. A la espera de algún resultado o desenlace del proceso de crisis, la intuición de que la austeridad global nos llevará a ser más conservadores no pareciera ser muy aventurada, aunque el solo hecho de pensarlo invita a resistirse al establecimiento de esa falsa vinculación entre recursos y modalidades de actuación.

            ¿Será momento de invertir las fases que tradicionalmente nos convierten primero en testigos y luego en actores retroactivos de los debates? ¿Podremos hacer el ejercicio de llevar esta situación de perplejidad nacional al lugar central del debate internacional o al menos ensayar el intento de salir de la tradicional expectativa periférica? No sería extraño. La Argentina demostró que puede ser terreno de lecturas predictivas eficientes de la actual situación a partir de su crisis institucional de 2001, cuando se convirtió en el foco de los estudiosos de las ciencias sociales, económicas, políticas y hasta el eje de proyectos de los artistas subvencionados de Europa, bajo la hipótesis de constituirse en el laboratorio de pruebas y ensayo de resistencias del sistema financiero neoliberal que finalmente colisionó siete años después. Con ese antecedente y con las consecuencias en nuestras manos podremos decir que el descalabro se reabsorbe siempre porque es parte constitutiva de los sistemas hegemónicos que se autodefinen. Así ocurrió cuando los movimientos populares y las asambleas sufrieron el desgaste de sus estructuras y se arribó al punto en el que se confirmaron finalmente a los mismos cuestionados actores políticos para la continuidad del funcionamiento del sistema democrático actual.

            La enseñanza después de la era de la burbuja. Nunca pudo ser mas clara la consigna de que la enseñanza es antes que nada aprendizaje sobre lo acontecido y que los enemigos a procurarnos tienen entera relación con los discursos que se absolutizan. Adormecidos o no. Confundidos o no. Las imágenes de la arquitectura se siguen multiplicando en internet, sus colecciones son cada vez más variadas y aumentan en número, igual que las escuelas de arquitectura.  

            Mientras esperamos la instalación efectiva del discurso perverso de la austeridad que para la disciplina arquitectónica comienza a conformar una sólida pareja con las ideas y las tendencias sobre la escasez de recursos que se ejecutan desde la mirada tecnocrátrica de lo verde, existe una posibilidad cierta de anticipar el debate, desde la reflexión en los medios académicos, y ensayar una mirada crítica sobre la retórica de lo escaso, tan cercana para nuestro medio con la noción de pobreza y su implicación social.

           
Gustavo Diéguez
Abril, 2009



[1] El Gran Prix de Roma surgido bajo el reinado de Luis XIV que la Academia de Francia en Roma se instala como un premio anual que se concedía a jóvenes pintores, escultores y arquitectos que debían demostrar sus habilidades en un duro concurso por eliminatorias con sus compañeros. Durante tres siglos años, el Premio de Roma fue el máximo galardón que un artista de cualquier país podía recibir, atrayendo la atención de los medios de comunicación y catapultando a los ganadores a la fama. En la arquitectura la competencia ponía foco en el ejercicio proyectual que consistía en la reconstrucción de las ruinas romanas a través de representaciones tomadas en el sitio.  Durante el siglo XIX se convirtió en el mayor desafío para los discípulos de la École des Beaux-Arts como salida de la etapa de formación y aprendizaje.

[2] La Escuelita fue un proyecto liderado por Antonio Díaz, Ernesto Katzenstein, Justo Solsona y Rafael Viñoly abocado a la reflexión de la producción arquitectónica bajo la forma de un taller intensivo. Durante el tiempo de su existencia recibió la visita de importantes figuras referentes de la arquitectura mundial que dieron sus aportes a través de seminarios y conferencias, que incluyeron a Aldo Rossi, Jorge Silvetti y Mario Gandelsonas entre otros. La experiencia se prolonga hasta 1981.
[3] Antonio Díaz, Ernesto Katzentein, Justo Solsona, Rafael Viñoly. Summa. Abril de 1977. Texto introductorio. Cursos de arquitectura 77. Catálogo de la exhibición en el CAyC. Buenos Aires. Junio de 1978.

Acerca de la vida debajo de una mesa

Estructura de pórticos de Jean Prouvé

            La pieza pórtico desarrollada por Jean Prouvé, destinada en un comienzo para las casas Standard y luego aplicada para su proyecto de viviendas tropicales en Brazzaville (Congo), devela la relación indiferenciada entre las casas y las cosas al desacralizar a la habitación de su tradicional concepción metafísica.
            Para Prouvé una casa puede compartir su principio constructivo con una mesa. Sus reconocidos diseños de mesas se valen del mismo material y de la misma impronta iconográfica que estas viviendas-pórtico. Todos ellos pertenecen así a una misma esfera diluyendo para el caso el conflicto del tamaño.
            Cuando la casa dejó de pertenecer al mundo natural de la modelada geografía de las ciudades y se incorporó al mundo de las cosas. Cuando convertida en artificio, su construcción se arrogó la eficacia de la inmediatez; entonces fue posible habitar dentro de los objetos. Hay en esta operación una invitación abierta a concebir a la casa como se podría pensar el diseño de una mesa y a tomar a la mesa como lo hace un niño cuando la interpreta como su primer refugio prefabricado en el impulso más básico de la doble imagen del acto del escondite; tanto en la reacción instintiva al temor y la huida, como en la sucesión de las fantasías propias de los juegos de infancia.
            Surgida como solución práctica a la encomienda que el Ministerio de la Reconstrucción francesa le hiciera al final de la segunda guerra mundial referida al desarrollo de una vivienda de urgencia transportable, económica y confortable, la estructura de pórticos encuentra su camino final con el empleo de un solo apoyo al centro de la viga principal en el modelo desarmable enviado por avión al Congo en 1951. La secuencia constructiva de la unidad de vivienda denota el valor jerárquico de la pieza pórtico ya que es la que primero deberá erguirse. A partir de allí el resto del sistema encuentra la lógica de su disposición. En el interior de la unidad sólo se tendrá percepción del pórtico convirtiéndose así no sólo en el apoyo estructural sino también en el sostén expresivo de la operación[1].
            Luego de comprender que la pieza de sostén absorbe por su expresión memorable la demanda de forma de su naturaleza arquitectónica, surge la pregunta funcional por la necesidad del pórtico. Los detalles constructivos -y más aún cuando se convierten en elementos tan notables para la obra, tan notables que se vuelven metonímicos-, corren habitualmente con cierto riesgo para con la moral funcionalista. El paso de la maison Standard a la maison Tropical[2] termina de explicar la razón constructiva de la pieza de apoyo al hacer radical la liberación de los bordes de la casa con la aparición de la galería perimetral y con ella la adecuación al medio ambiente africano a partir de la formación de un dispositivo climático de circulación de las ventilaciones. Sin embargo nunca se encontrará más explicación que la de la constitución de un sentido de evidencia del evento tectónico y, sobre todo, de la construcción misma como evento. Es imprescindible incluir entonces dentro de los argumentos que dan sentido a estos objetos a la restricción operativa impuesta por Prouvé -que obedece más al hecho constructivo que al objeto construido-, al definir que el sistema debe ser montado sólo por dos personas. El pórtico es una pieza fundacional del objeto y una evidencia refleja no sólo la liberación de las fachadas sino también de un procedimiento de construcción sin mayores medios que las propias manos de un par de operarios.
            La maison tropical de Prouvé y su pórtico atraviesa con elegancia -la misma con la que él se instala finalmente en la memoria como un refinado artesano industrial-, sobre los tópicos asignados por la teoría y la historia de la arquitectura contemporánea. Es una máquina de habitar en los estrictos términos modernos, un ensayo tipológico bajo las condiciones de las producciones posmodernas, el proceso activo de un experimento y también hoy podrían decir -en su pertinencia operativa hacia las variables del aprovechamiento climático-, que estamos delante de una vivienda ‘ecológica y sustentable’.
            Una casa, una mesa[3]. Desde debajo de la mesa la planta siempre es libre. En aquella libertad siempre se encuentra resguardo.
Gustavo Diéguez. Enero de 2009
Publicado en Summa + N° 100
10 detalles memorables



[1]  Algo que no había podido lograr años atrás cuando una oficina municipal le inhabilitara un prototipo de vivienda al encontrar fuera de las normas vigentes a una propuesta de módulo sanitario de matriz cilíndrica ubicado en el centro de la planta.
[2] La Maison Tropical ha cobrado reciente vigencia. En los últimos tres años se ha reconstruido en el Hummer Museum de Los Angeles, frente a la Tate Modern en la retropectiva de Prouvé en Londres, y hasta formó parte de una muy mediatizada subasta de Christie´s en Queens (NYC), en la búsqueda de fondos para la construcción del Museo Prouvé.
[3]  ‘Una casa, un palacio’ como paradigma prográmatico de Le Corbusier encuentra en este caso a una contrafigura en la cercanía.

El museo en el imaginario de la arquitectura

(abstract de la intervención de a77 en la mesa redonda armada bajo este título - ArteBA09)

            La dialéctica forma-función tan difundida en la discusión inicial de la arquitectura moderna no ha perdido vigencia. Sin embargo el museo contemporáneo se enfrenta a otra disyuntiva planteada posteriormente con la llegada de los cuestionamientos a la modernidad como es la relación conflictiva entre arquitectura y ciudad.
            En el último tiempo el museo ha sido el depositario más efectivo de los fenómenos de renovación urbana apoyada en la dinámica de transformación de la ciudad a través de la fascinación comprobada por la carga expresiva de estos objetos con valor de novedad: una suerte de ley de derrame tan común para el lenguaje de las recetas económicas internacionales, encarnada desde modelos de desarrollo urbano. El efecto Guggenheim iniciado con la pieza ejemplar de Bilbao define a esta descripción de la manera más cabal. Una mundialización franquiciada de prestigio cultural que se asocia a las oficinas de desarrolladores urbanos que auspician que el ancla de estas naves puesta en tierra atraerá no solo visitantes sino inversores inmobiliarios de alta gama.
            Todo ello habla de la exposición de la expresión, el privilegio en la imagen urbana y el consecuente recorte de los museos como objetos en el perfil de las ciudades y el espacio público.
            La idea de institución, y como tal de entidad perdurable e imperturbable tanto en su rol como en su representación social, deposita toda la expectativa en la ecuación que supone explotar esa vocación inmanente de los museos de representarse como hitos convocantes de una sociedad multicultural y democrática porque luego se podrá verificar en su interior el corrimiento de la arquitectura del centro de la escena bajo la lógica inexpresiva del white cube que encarna la neutralidad y la igualación del espacio desde la democratización de las obras en su mutua implicación. 
            Templo, depósito, colmena, mall; sustituciones que tejen metáforas sobre la real condición simbólica, que no será otra cosa que su propia identidad, tampoco terminan de aportar en apariencia una actualización institucional al modelo forjado en el siglo XIX en tanto intenten resolver su forma con la de la historia de las obras o el concepto de arte como historia del arte. El museo que define su naturaleza como contenedor de piezas de la historia ya se consolidó como una convención tan rígida en la vinculación entre la sociedad y las obras como lo son los hospitales en su estricto organigrama funcional.
            La imaginación de la arquitectura no puede hacer otra cosa que seguir poniendo en el centro del problema a sus propias incertidumbres teóricas y a la pulsión expresiva por la autonomía del arte que la propia disciplina detenta y ambiciona detrás de su ocultamiento como una técnica al servicio de la sociedad. No es una imaginación heterónoma porque sus propias reglas de juego la instalaron como agente del cambio.
            Si el rango que se asocia a esta categoría de edificios se aplica a la reciente declaración, post crisis financiera mundial, de Zaha Hadid que los relaciona con la esfera de los objetos de lujo innecesario como lo son los bolsos Chanel, sin duda no se está haciendo otra cosa que asimilar la moda y el consumo de la manera con que el arte se despliega por la sociedad contemporánea como mercancía pero bajo la idea de que lo suntuario del arte es constitutivo de su mutua vinculación con el hecho arquitectónico. Si eso fue posible no ha sido por otra razón que porque los nuevos modos de producción artística no han atentado lo suficiente contra el cobijo que las instituciones desde su matriz arquitectónica les han ofrecido.
            La apuesta más fuerte que se pudo hacer desde la arquitectura dando autonomía a su expresión fue al precio de mantener en suspenso la discusión por los formatos de exhibición, que en algún sentido siguen estando determinados por las limitaciones expresadas por el contenedor que constituye el museo.
            ¿Será el tiempo de suponer que las nuevas expresiones del arte sean las que modelen un nuevo tipo de museo y una arquitectura afin o solo habrá que pensar como salida apresurada que la muerte del museo nos augure un nuevo comienzo?
            Nuestra experiencia nos acerca a un pensamiento crítico sobre las instituciones, entre ellas el museo, como entes cristalizados no sólo desde el plano físico. Su reformulación es una expresión de deseo al solo efecto de que resulten transformadas en hecho sociales tan poco permanentes como la vida de los acuerdos humanos. La política del instante que de allí se desprende convierte en efímera la situación institucional obligando a replantearse cada vez los modos de relación entre los gestores, los artistas y el espectador como consumidor. Las obras como hechos cada vez menos permanentes y más delicadamente friccionados con el aquí y ahora auspician una relación más franca con lo no permanente de modo que la propiedad de la obra que ahora define el trasvasamiento del esquema capitalista -y del coleccionismo como su figura- en una operación de gestión cultural acumulatoria y cuantitativa que deviene en legitimatoria, se supere en una franca relación horizontal entre las voluntades puestas en juego. Algo así como la transformación de una institución de la cultura en múltiples formatos sociales que supongan una cultura de las instituciones.

Gustavo Diéguez y Lucas Gilardi



Fragmento de Capítulo del libro Museos y coleccionismo ante el desafío del bicentenario. Mesa redonda coordinada por Andrea Giunta e integrada por Giuseppe Caruso, Martín Fourcade, Jorge Silvetti, Gustavo Dieguez y Lucas Gilardi. ArteBA09. Buenos Aires. Argentina. 2010. pp. 255-321



Para una crítica de la crisis

Aquello que ocurre luego es el cambio?

“Si la arquitectura se ocupa de contener la vida, por qué no hablar de la vida para representar la arquitectura?”
R. F. Redbuick. The Clouds Reader.

Existe la posibilidad de circunscribir la escritura de una historia de la arquitectura cercando su núcleo constructivo en la estrecha vinculación que le han entregado los ciclos económicos para el desarrollo de sus posibilidades. Momentos relevantes de la historia moderna como la revolución industrial o las guerras mundiales pueden ser, y de hecho han sido, mojones argumentales para la narrativa de las rupturas e innovaciones arquitectónicas surgidas de aquello que la economía trata con la familiaridad de los latidos del corazón como es el concepto de crisis.
En su despliegue temporal, al concepto de crisis le sigue un complemento que formula el par, que opera como contrafigura y que se expresa en la idea del cambio. En el momento que una crisis se manifiesta se desata entonces la necesidad del cambio, operando en la secuencia lógica de la solución como respuesta de un problema. Y en esa modulación secuencial considerada entre ambos como la prosecución de opuestos, no hay otra cosa que una continuidad de lo mismo: el tiempo. Crisis y cambio contienen un mismo componente respecto a su condición de artificios e invenciones a las que sólo la asignación de un tiempo específico las delimita y las une. La tarea de comprensión del tiempo en la franja cognoscitiva que establecen estos períodos de supuesta alternancia conduce a suscribir la idea de que la política sea básicamente una disciplina estética en tanto que provee de forma a las vicisitudes que producen los procesos y vaivenes económicos financieros nacionales e internacionales. La política desarrolla y despliega mecanismos de visibilidad de los cambios que suceden a las crisis. Y formula para ellas un régimen de figuras descriptivas que aspiran a ser instaladas en el relato histórico.
La dinámica crisis-cambio ha mantenido un sentido ambivalente para la arquitectura. La arquitectura es sumamente sensible a las crisis sociales y económicas en su reflejo con la esfera política, pero reacciona dentro de los formatos sucedáneos a las crisis del arte, vestida con los ropajes teóricos de las carátulas del pensamiento filosófico.
En esa estructura de reacción a los estímulos críticos se ha pasado de la genérica escena post-moderna a la particular secta deconstructiva y de la optimista mirada paramétrica al para-optimista olfato verde. Pero dentro de aquella lectura cernida por las apariencias es muy probable que los cambios no sean más que formalizaciones de la política arquitectónica antes conocida como crítica disciplinar, y hoy estructurada más honestamente por los fenómenos de edición; tal vez la herencia de mayor persistencia que haya recibido el conocimiento de la arquitectura en el siglo XX.
Cada vez cobra más evidencia la dificultad de romper el cerco que delimitó Philip Johnson en tal sentido. En particular porque al parecer no habría necesidad de hacerlo. La formación de toda una cultura de la taxonomía arquitectónica, traducida en la construcción de campos de edición de las semejanzas, no ha dejado de tomar presencia desde la base conformada por el conocimiento enciclopédico de acumulación de corte darwiniano hasta la cúspide cincelada por la dialéctica negativa del autoanálisis de los más hábiles productores de mutaciones[1].

La denostada imagen del patriarca como símbolo, se ha derramado hasta en expresiones tan disímiles y externas a la disciplina como la investigación del artista canadiense Terence Gower con su videoinstalación Public Spirit/ Wilderness Utopia[2], o la demonización del personaje en la novela Delirium de Douglas Cooper[3]. Sin embargo, la paradoja actual reside en la tensión aparente que produce por un lado este rechazo del modelo Johnson como gran constructor de la realidad del consumo de la arquitectura contemporánea y la inevitabilidad de su existencia como procedimiento de validación, principalmente porque lo que se puso en marcha con él ha sido la industria editorial de la arquitectura tal como la conocemos hasta el presente en su dinámica de retroalimentación con las universidades, centros de estudios y unidades académicas. La legitimación de una preeminencia de las cuestiones de la metodología formal constituyeron una escena recurrente en los que los campos de la crítica después de los intentos ya lejanos de personajes como Manfredo Tafuri[4] por desarmar la aparente unidad del objeto de análisis fueron despojados de sus intenciones más provocadoras y externas a la tarea del autor. Por el contrario, la construcción de entornos de edición confortables han encontrado a cada una de las expresiones en situaciones propicias de acuerdo a una mecánica de consumo de la imagen -de peculiar semejanza con los ámbitos de la moda[5]. Es así, que en el elogio a la captura de escenas volátiles, efímeras y fungibles se vuelve precisa la mirada benevolente de R. Redbuick en su artículo The Clouds Reader y el punto de partida metafórico acerca del rol de Johnson:

“Existió un hombre que desde muy joven comprendió que debía hacer algo con su habilidad natural para reconocer formas en las nubes. El podía identificar las figuras conformadas y asignarles un sentido. La naturaleza determinaba que los vientos modelaban las figuras y que necesitaban ser registradas muy velozmente para ser capturadas. Entendió también que el nombre de las formaciones era tan importante como la figura congelada en una imagen. Esa situación lo obligó a comprender el contenido teológico del acto denominativo e inmediatamente asumió como propio el valor que su tarea representaba para los otros. La tarea de registro y denominación lo llevó a considerar que en verdad lo valioso era la construcción de colecciones. Su influencia en la definición de semejanzas fue la llave de su incipiente capital. Y eso lo ubicó en un lugar de privilegio.”[6]

Si el ensayo-fábula de Redbuick condensa con tolerancia lo inevitable, la escena final del film El día de la Bestia de Alex de la Iglesia ensaya el rigor de lo predestinado. Las gemelas e inclinadas a 15 grados[7] Torres Kio en Madrid conocidas también como Puerta de Europa -aun en construcción en la ya mítica escena-, son el lugar elegido por el maligno para el alumbramiento del anticristo. Poderosa y anticipatoria, la obra de Johnson & Burgee opera como una imagen que revive ya en el siglo XXI la asociación demoníaca con la figura de las torres gemelas inclinándose y presagiando a la Puerta de Europa como un ámbito ideal para decretar del otro lado del Atlántico el anuncio del final de la burbuja inmobiliaria –como una condensación de los sueños de una primera y segunda crisis mundial-. Este señalamiento no tiene por objeto terminar de circunscribir mágicamente el rol mefistofélico de Johnson, sino de argumentar, desde un solo hecho arquitectónico, su estado alegórico a la luz de que su cruce hacia España formó parte anunciada del despilfarro con el que durante años se mantuvo una idea de desarrollo sin fin.
El interés manifestado en este texto por la lectura del devenir arquitectónico desde los ciclos económicos tiene por cometido introducir marcadamente a la última sacudida global debida a la explosión de la crisis de las hipotecas subprime, precisamente porque nunca una crisis de efecto mundial estuvo más estrechamente vinculada a la industria de la construcción y por consecuencia al quehacer arquitectónico. La oportunidad de ingresar a un nivel de reflexión sobre la posibilidad de alguna diferencia en la consecución a esta crisis no hace otra cosa que remontar la situación al plano de la historia si es que en ella aun queda alguna posibilidad de cobijo.
La lógica crisis-cambio sostenida por Buden[8] en la relación de una secuencia de sustitución de lo nuevo por lo viejo, puede ser desmentida. Si de algo se pudo aprender en los últimos tiempos es que precisamente la declaración política de las crisis, en su razón de ser, no persiguen el cambio estructural, sino todo lo contrario. El caso más palpable es la maquinaria estadounidense de construcción de escenarios beligerantes. Nos hemos acostumbrado a ese tipo de escritura histórica del presente a partir de la construcción de escenarios de guerra como paradigma del estado conservador de las políticas.
Si para la política la ecuación estratégica determina como resultado la producción de crisis sin cambios o construcción de la apariencia de lo nuevo, podrá confirmarse que por el contrario, siguiendo la tradición de prevalencia de ciertos cuerpos narrativos que imponen patrones de conducta, el modelo instaurado por Johnson para la arquitectura es aquel de la reproducción de la inventiva del cambio sin crisis, estimulado por las fluctuaciones del consumo.
No obstante, ocurrió que lo que pudo haber sido un discurso más de la cadena de sucesión de modelos operativos de la arquitectura encontró la oportunidad precisa de consolidación ante un escenario negativo que le ha abierto las puertas. Nos toca presenciar la caída del sistema financiero internacional en el mismo momento en que la sostenibilidad como discurso para la arquitectura emprende su más vigorosa arremetida. A la espera de algún resultado o desenlace del proceso de crisis, la intuición de que la austeridad global nos llevará a ser más conservadores no pareciera ser muy aventurada, aunque el solo hecho de pensarlo invita a resistirse al establecimiento de esa falsa vinculación entre recursos y modalidades de actuación.

Los ámbitos de discusión sobre el tema comienzan a multiplicarse ensayando el beneficio de un cambio profundo basado en la conceptualización de un bio-funcionalismo asimilado a la tecnocracia de los standards de medición y calificación de la arquitectura sustentable; una cruza entre validación arquitectónica y convalidación social. Pareciera que lo que hasta hace poco resultó efectivo y funcional al sistema de estelarización de oficinas de arquitectura y de piezas singulares comienza a cubrirse de observaciones críticas, suponiendo ésta la ocasión para el inicio de una nueva época de moderación en la aparente objetividad que trae la era de la sustitución –al decir de Kwinter-[9] del paradigma tectónico por el termodinámico[10], y la consecuente llamada al patrón científico como notario solucionador de los conflictos de aceptación estética presentados -al decir de Redbuick- “como nubes efímeras de un cielo editorializado”[11].
Esta situación había sido señalada por Iñaki Ábalos. En un comienzo[12] esgrimiendo una opinión distante y a la vez combativa hacia el auge del concepto de lo sostenible y, tiempo después, con mayor voluntad en la búsqueda de una postura inclusiva de lo arquitectónico hacia el sentido más básico de necesidad de equilibrio entre progreso y biodiversidad con el que nadie en principio podría estar en desacuerdo. Para ello habrá de advertir que “sólo si hay una discusión estética, si hay una idea de belleza tras la idea de sostenibilidad, esta habrá llegado hasta aquí para quedarse”[13]. Pero si hemos sido testigos de la volatilidad de los términos en los que se fue fundando el concepto de belleza para la arquitectura, habrá que precisamente profundizar sobre ellos para poder actuar dentro de una justa discusión en términos del interés de un análisis acerca del sentido de las crisis. Llegados a este punto no parece ser suficiente el sólo hecho de aceptar los postulados de una nueva idea de belleza.
“El tratar a las obras de arte en términos puramente estéticos fue pensado, especialmente por los modernistas, para despojarlas de su arraigo en las formas de vida y tratarlas como su propio sujeto. Lo que no se reconoció fue que las obras de arte así producidas se desarrollaron dentro de formas de vida en las que algo como la belleza artística tenía un papel que desempeñar.”[14] Es en el punto en el que las formas de vida atraviesan a la producción arquitectónica en donde la cita de Danto cobra sentido para iniciar un camino de observación que pueda saltar sobre el cerco del coleccionismo tendido como barrera genérica de convalidación y aceptar la dimensión política que ofrece.
La declinación de la arquitectura reciente a incorporarse en la misma zona de discusión acerca de la relación con lo político que tiene el arte en general[15] no la exime de la vinculación con su contenido artístico, ni de su naturaleza política.

Se pide entonces escribir la historia del presente[16] ante la propia imposibilidad metodológica, se ansía un pensamiento crítico dentro del mismo espacio de los acontecimientos, y a la vez se concede la continuidad del modelo recopilatorio establecido sin involucrar ninguna lectura social que repercuta hacia lo político. Tal parece que es una empresa imposible en estas condiciones.
Acostumbrados a esperar lo que sigue, ante la pregunta sobre qué es lo post de todo esto, podemos intuir que la esperanza en la crítica y en su aparición es en vano.En tiempos de la modernidad clásica, la crisis siempre se experimentaba como una posibilidad concreta de ruptura y la crítica como la ruptura en sí misma. Hoy, obviamente, ya no somos capaces de realizar esta experiencia. Ya no hay ningún tipo de experiencia de interacción entre crisis y crítica”[17].
¿Cuáles son las razones temporales para consentir con la idea del cambio? ¿Habrá llegado el momento de decretar el estado de vida como crítico y a la crisis como estado de vida, como un continuum?
Ante la pesada dificultad de que cualquier nueva construcción colectiva resuene como otro catálogo recopilatorio o un recurrente modo operativo de mostrar la reproducción de lo individual, aparece en el escenario la posibilidad de avanzar en una tarea que tienda a establecer campos de afinidad cualitativa entre quienes sencillamente no han tenido mayor alternativa que experimentar estéticamente a la crisis como estado vital inevitable para acceder al hecho arquitectónico, y eso no necesariamente responde a una cuestión de cercanía geográfica ni de referencialidad geopolítica, aunque pueda reportar un primer campo de aproximación en esos términos. Es una respuesta política[18]. No responde a la idea del cambio necesario como respuesta a la crisis, responde al desafío de la continuidad a pesar de ella, porque ese es su escenario.


Gustavo Diéguez

Publicado en Post post post. Nueva Arquitectura Iberoamericana. Catálogo de la muestra itinerante. AAVV. Plot y CCEBA. Buenos Aires, Argentina. Agosto 2010. pp. 28-35







[1] OMA se desdobla con habilidad en AMO, su reflejo e imagen invertida. Mutación de oficina que desdobla a think thank en la autoconciencia de la esquizofrénica relación entre ciudad y arquitectura, entre arte y política, entre la crítica y su clausura.
[2] Wilderness Utopía es el relato acerca del proyecto de ciudad utópica de la cultura, proyectado en tiempos de la guerra fría por Philip Johnson para Joseph Hirshhorn -el rey del uranio-, para alojar a sus mineros canadienses y a su galería y colección de arte moderno.
[3] En Delirium (1998), Ariel Price, el arquitecto más influyente de su tiempo, se dispone asesinar a su biógrafo Theseuss Crouch, un hombre que parece amenazar la reputación herida del célebre arquitecto. La sombra oscura de P. Johnson ronda la novela de Cooper que no solo se ha dedicado a la literatura, sino que colaboró en múltiples proyectos con Diller + Scofidio y se asoció a Peter Eisenman para una gran instalación en la Trienal de Arquitectura en Milan basada en la presente novela.
[4] Liernur intentar reingresar a Tafuri al centro de una escena crítica como referente de un terreno perdido en una actualidad del estado público de la arquitectura signada por los vaivenes de la crítica periodística. Liernur, Jorge F. Vigencia de Tafuri. Consideraciones sobre la crítica contemporánea de arquitectura en América Latina. Revista de arquitectura Nº8. Universidad de Navarra. Junio de 2006.
[5] Sintomáticamente las grandes marcas de la moda se comienzan a vincular con las grandes oficinas de la arquitectura en una operación retroalimentación del marketing. OMA para Prada, Zaha Hadid para Chanel. “Si el rango que se asocia a esta categoría de edificios se aplica a la reciente declaración, post crisis financiera mundial, de Zaha Hadid que los relaciona con la esfera de los objetos de lujo innecesario como son los mismos bolsos Chanel, sin duda no se está haciendo otra cosa que asimilar la moda y el consumo de la manera con que el arte se despliega por la sociedad contemporánea como mercancía pero bajo la idea de que lo suntuario del arte es constitutivo de su mutua vinculación con el hecho arquitectónico. Si eso fue posible no ha sido por otra razón que porque los nuevos modos de producción artística no han atentado lo suficiente contra el cobijo que las instituciones desde su matriz arquitectónica les han ofrecido”. Gustavo Diéguez y Lucas Gilardi (a77). El museo en el imaginario de la arquitectura.
[6] Redbuick, Robert F., The Clouds Reader. NOMarch. Documents of Architecture. Nº2. Washington. Jan. 2010.
[7]“El arquitecto Philip Johnson es partidario de prohibir el ángulo recto”. Madrid, Diario El país, 7 de mayo de 1996.
[8]Decir que algo ha entrado en crisis significaba sobre todo decir que se había hecho viejo, es decir, que había perdido su derecho a existir y que por lo tanto debía ser reemplazado por algo nuevo. La crítica no es sino el acto de establecer este juicio que ayuda a que lo viejo muera con rapidez y lo nuevo nazca con facilidad.”
Buden, Boris. Critica sin crisis, crisis sin critica. En A.A.V.V. Producción cultural y prácticas instituyentes. Líneas de ruptura en la crítica institucional. Traficantes de sueños. Madrid. 2008.

[9] Kwinter, Sanford. Architectures of Time: Toward a Theory of the Event in Modernist Culture. MIT Press, 2002
[10] “Este no es el último edificio de la era de la burbuja, es el primero de una nueva era más verde, más sustentable y más conciente del cuidado de sus recursos” Enric Ruiz Geli, definió así en una reciente entrevista, que tuve oportunidad de realizarle, el Media-TIC, primer edificio en el que su concepto de performing architecture  se pone en juego a partir de la resolución de una fachada desarrollada con piezas alveolares contenedoras de nitrógeno (ETFE). “El media-TIC es esta nueva arquitectura verde, que tiene a la energía como principal guión argumental. “
[11] Redbuick, Robert F., op. cit.
[12] Abalos, Iñaki. Bartleby,  el arquitecto. El País, edición del 10 de marzo de 2007.
[13] Abalos, Iñaki. La Belleza Termodinámica. Circo. 157. Septiembre de 2009.
[14] Danto, Arthur. Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Modalidades de la historia: posibilidad y comedia. Paidos. Buenos Aires.2003.
[15] Aún hoy es una pieza de análisis el debate realizado en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) en mayo de 2003, denominado Rosa Light/ Rosa Luxemburgo que condensó el debate iniciado años atrás en torno a la relación entre arte y política y sus modos de representación en la historia cultural argentina.
[16] “Una afirmación falsa, una afirmación verdadera y una afirmación inventada, no presentan, desde el punto de vista formal, diferencia alguna.” Carlo Guinzburg. El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio. Il filo e le tracce. Vero, falso, finto (Feltrinelli, 2006). El efecto de verdad de la historia -el effet du réel  referido por Roland Barthes en El discurso de la Historia-, o su relativización en lo que Carlo Ginzburg sostiene al equiparar de modo abierto a lo verdadero, lo falso y lo ficticio, erigen a los relatos a ser escritos sobre una dialéctica de la historia destinada al artificio y modelada como inventiva en la partitura establecida por la administración formal del tiempo. La historia como invención o como comedia –según Danto- y la crítica como drama son también agentes de una experiencia estética. Como un estado vital y una tentación explicable se consolida la necesidad de la escritura de una historia que devenga en operativa para su tiempo o que exprese cabalmente el signo de sus tiempos describiendo su producción con otras herramientas de análisis, mientras que a la vez se pueda asumir que toda categorización histórica se somete a la caducidad.
[17] Buden, Boris. Op.cit.
[18] Virno, Paolo. Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas. Más allá del par miedo/angustia. Traficantes de Sueños. Madrid. 2003. La multitud contemporánea no está compuesta ni por «ciudadanos» ni por «productores». Ocupa una región intermedia entre lo «individual» y lo «colectivo». Para ella no vale de ningún modo la distinción entre «público» y «privado. Y es justamente a causa de la disolución de estas duplas.