(abstract
de la intervención de a77 en la mesa redonda armada bajo este título -
ArteBA09)
La
dialéctica forma-función tan difundida en la discusión inicial de la
arquitectura moderna no ha perdido vigencia. Sin embargo el museo contemporáneo
se enfrenta a otra disyuntiva planteada posteriormente con la llegada de los
cuestionamientos a la modernidad como es la relación conflictiva entre
arquitectura y ciudad.
En
el último tiempo el museo ha sido el depositario más efectivo de los fenómenos
de renovación urbana apoyada en la dinámica de transformación de la ciudad a
través de la fascinación comprobada por la carga expresiva de estos objetos con
valor de novedad: una suerte de ley de derrame tan común para el lenguaje de
las recetas económicas internacionales, encarnada desde modelos de desarrollo
urbano. El efecto Guggenheim iniciado con la pieza ejemplar de Bilbao
define a esta descripción de la manera más cabal. Una mundialización
franquiciada de prestigio cultural que se asocia a las oficinas de
desarrolladores urbanos que auspician que el ancla de estas naves puesta en tierra
atraerá no solo visitantes sino inversores inmobiliarios de alta gama.
Todo
ello habla de la exposición de la expresión, el privilegio en la imagen urbana
y el consecuente recorte de los museos como objetos en el perfil de las
ciudades y el espacio público.
La
idea de institución, y como tal de entidad perdurable e imperturbable tanto en
su rol como en su representación social, deposita toda la expectativa en la
ecuación que supone explotar esa vocación inmanente de los museos de
representarse como hitos convocantes de una sociedad multicultural y
democrática porque luego se podrá verificar en su interior el corrimiento de la
arquitectura del centro de la escena bajo la lógica inexpresiva del white cube que encarna la
neutralidad y la igualación del espacio desde la democratización de las obras
en su mutua implicación.
Templo,
depósito, colmena, mall; sustituciones que tejen metáforas sobre la real
condición simbólica, que no será otra cosa que su propia identidad, tampoco
terminan de aportar en apariencia una actualización institucional al modelo
forjado en el siglo XIX en tanto intenten resolver su forma con la de la
historia de las obras o el concepto de arte como historia del arte. El museo
que define su naturaleza como contenedor de piezas de la historia ya se
consolidó como una convención tan rígida en la vinculación entre la sociedad y
las obras como lo son los hospitales en su estricto organigrama funcional.
La
imaginación de la arquitectura no puede hacer otra cosa que seguir poniendo en
el centro del problema a sus propias incertidumbres teóricas y a la pulsión
expresiva por la autonomía del arte que la propia disciplina detenta y
ambiciona detrás de su ocultamiento como una técnica al servicio de la
sociedad. No es una imaginación heterónoma porque sus propias reglas de juego
la instalaron como agente del cambio.
Si
el rango que se asocia a esta categoría de edificios se aplica a la reciente
declaración, post crisis financiera mundial, de Zaha Hadid que los relaciona
con la esfera de los objetos de lujo innecesario como lo son los bolsos Chanel,
sin duda no se está haciendo otra cosa que asimilar la moda y el consumo de la
manera con que el arte se despliega por la sociedad contemporánea como
mercancía pero bajo la idea de que lo suntuario del arte es constitutivo de su
mutua vinculación con el hecho arquitectónico. Si eso fue posible no ha sido
por otra razón que porque los nuevos modos de producción artística no han
atentado lo suficiente contra el cobijo que las instituciones desde su matriz
arquitectónica les han ofrecido.
La
apuesta más fuerte que se pudo hacer desde la arquitectura dando autonomía a su
expresión fue al precio de mantener en suspenso la discusión por los formatos
de exhibición, que en algún sentido siguen estando determinados por las
limitaciones expresadas por el contenedor que constituye el museo.
¿Será
el tiempo de suponer que las nuevas expresiones del arte sean las que modelen
un nuevo tipo de museo y una arquitectura afin o solo habrá que pensar como
salida apresurada que la muerte del museo nos augure un nuevo comienzo?
Nuestra
experiencia nos acerca a un pensamiento crítico sobre las instituciones, entre
ellas el museo, como entes cristalizados no sólo desde el plano físico. Su
reformulación es una expresión de deseo al solo efecto de que resulten
transformadas en hecho sociales tan poco permanentes como la vida de los
acuerdos humanos. La política del instante que de allí se desprende convierte
en efímera la situación institucional obligando a replantearse cada vez los
modos de relación entre los gestores, los artistas y el espectador como
consumidor. Las obras como hechos cada vez menos permanentes y más
delicadamente friccionados con el aquí y ahora auspician una relación más
franca con lo no permanente de modo que la propiedad de la obra que ahora
define el trasvasamiento del esquema capitalista -y del coleccionismo como su
figura- en una operación de gestión cultural acumulatoria y cuantitativa que
deviene en legitimatoria, se supere en una franca relación horizontal entre las
voluntades puestas en juego. Algo así como la transformación de una institución
de la cultura en múltiples formatos sociales que supongan una cultura de las
instituciones.
Gustavo Diéguez y Lucas Gilardi
Gustavo Diéguez y Lucas Gilardi
Fragmento de Capítulo del libro
Museos y coleccionismo ante el desafío del bicentenario. Mesa redonda
coordinada por Andrea Giunta e integrada por Giuseppe Caruso, Martín Fourcade,
Jorge Silvetti, Gustavo Dieguez y Lucas Gilardi.
ArteBA09. Buenos Aires. Argentina. 2010. pp. 255-321
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