miércoles, 26 de febrero de 2014

expedientes k

acerca de la publicación del libro “ernesto katzenstein arquitecto”

                 La aparición del libro Ernesto Katzenstein arquitecto reinstala, a diez años de la edición del que imaginara para sí Amancio Williams, la pregunta sobre el lugar que ocupan los libros dentro de un orden posible para la arquitectura. Ambos casos presentan algunas equivalencias, al margen de representar ejemplos de edición infrecuentes en nuestro medio, que sirven de soporte para una discusión sobre las relaciones del material arquitectónico en sus diferentes formas.
            A las habituales oposiciones que acostumbran demarcar las problemáticas  de la teoría –autor/obra o proyecto/obra- podría sumarse, a partir de la confrontación de estos ejemplos, otra de un orden semejante pero poco abordado como libro-archivo (en el último término se incluirían las notas o apuntes personales) en la que queda expuesto el problema de dirimir la controversia entre la esfera pública y la esfera privada del trabajo.
            Dos preguntas primarias rondan cada uno de estos términos: ¿Qué significan para la arquitectura los libros de arquitectura? ¿Cuál es el lugar que tradicionalmente ocupan los bocetos preliminares, los proyectos inconclusos, las especulaciones gráficas o las notas particulares (todos ellos elementos de archivo) dentro de los libros de arquitectura y por extensión dentro de la arquitectura? No es pretensión de este texto responderlas sino comentar, a través de pocos indicios o de algún rasgo particular y común, de qué manera aparecen estas preguntas en aquellos libros.


piedra y papel (libro)
            La imagen de la arquitectura se nos ha revelado en un formato gráfico. Antes de haberlas tocado con nuestras manos, las obras pasaron por la mediación de un lente y de una instancia editorial. Fueron transformadas al ser expuestas bajo un orden, y sólo algunas escenas de su estado, seleccionadas con intención manifiesta. Podemos convenir que se nos han presentado por primera vez bajo la forma de un libro o una publicación; allí recibieron su designación como obras.
            Una técnica somete a otra a sus dominios. La fotografía encierra por sus medios a la arquitectura, a la vez que el armado editorial formula un orden visual para ambas.
            El libro de arquitectura, como un componente inicial de la relación con el material arquitectónico, adquiere las características formales de una mirada adaptada a la manera del objeto transicional en el niño -muestra como verdadero algo que lo representa y que se nos hace verdadero por su sustitución. El arché de esa relación es el libro, opera como agente del conocimiento denominativo de la arquitectura. Ese origen consiste en la representación –o re-figuración- que las obras consuman en el papel y que las legitiman.
            Acentuando una hipótesis extrema, por su capacidad sustitutiva el libro llega a ser la obra.
            La arquitectura gráfica contiene su propia conciencia. Los emprendimientos editoriales han disuelto (o pospuesto) la oposición o el conflicto entre las obras y los proyectos al editarlos juntos –eso incluye cualquier pieza de archivo-, y han elevado la publicación a una instancia objetual de un rango similar al de la obra construida. 
El viaje documental que había consolidado su validez histórica en ocasión del tradicional Grand Prix[1] de Roma como experiencia de conocimiento de la arquitectura, a partir de la tarea de reconstrucción gráfica por medio del dibujo –la ruina era su origen-, con el tiempo se ha ido desplazando hacia otros formatos no institucionales o de otra condición institucional que la de aquella reconstrucción, como la canonización editorial. Como ejemplo de aquello conviene revisar los criterios de selección que las revistas emplean para su listado de números monográficos y la consecuente legitimación de esas series.   
            En este caso la tutoría de las obras que ejercía la institución académica encontró reemplazo en la de los medios editoriales y su corte o perfil curatorial. Sin embargo la universidad contemporánea asume desde siempre un rol complementario y eficaz como instancia final del ciclo constructivo del cuerpo disciplinar, y debió asumir toda la responsabilidad una vez que la crítica arquitectónica como oficio y género estético inició su retirada. La relación de identidad que establece la universidad con las publicaciones se anticipa al estado real de las obras, por medio de un campo especulativo en el que éstas pueden hacer verosímil sus mutuas relaciones: el trabajo de análisis sobre el papel impreso, el proceso de desarmado y de fragmentación de la documentación; un proceso opuesto al de reconstrucción gráfica de ruinas.


AW-EK: movimientos de energía inicial (archivo)
-Articulación de volúmenes dentro de un todo (bajo un techo)
-Desplazamiento de volúmenes
-Techo elemento de reunificación
-Trabajo en el espesor del muro como expresión de volúmenes diferenciados
-La estructura como elemento de reunificación
-Influencia arq. popular

            Este listado de prescripciones pertenece a una anotación hecha por Ernesto Katzenstein el 3 de mayo de 1957, un año antes de graduarse. Con el título Constantes de los últimos proyectos (fig. 1) intentaba declarar y aclarar sus intervenciones en arquitectura hasta ese momento. La primera interpretación que el mismo Katzenstein hace de su obra, en ese momento con muy pocos ejemplos, la realiza siendo precisamente un universitario. No toma entonces la apariencia de un balance en el que se sacan conclusiones definitivas y finales, sino la de una instancia de representación como la del monólogo.







































fig. 1

“En el monólogo, uno no se comunica nada, uno se representa a sí mismo como sujeto que habla y que comunica”[2]. Momento de ficción y representación, no sólo de sí mismo sino también de una cultura nacida con el autoanálisis de las cuatro composiciones de Le Corbusier (fig. 2), y cargado de un cierto grado de complicidad, con el sentido reconstructivo que tradicionalmente se adjudica desde la cultura historiográfica a los manuscritos. La conciencia sobre la índole representativa que portan los manuscritos supone la autoridad asumida sobre el trabajo y su nivel de publicidad latente. No habría que suponer que las de su archivo eran notas privadas. Tampoco eran del todo públicas, porque ese escrito en su momento no fue dado a conocer ni elevado a la categoría de un manifiesto –si bien tenía todo el aspecto de serlo-; fue algo así como un mensaje en una botella. Su estado público estaba trazado, y de ese estado también el formaba parte. 
















fig. 2


“Los poetas se saben sus figuras sólo de memoria y pueden usarlas sólo cuando ya no las  recuerdan o comprenden…La función del arte consiste en hacer que parezca un descubrimiento cuando, en realidad, está pre establecido por el que declara descubrirlo. La ilusión del descubrimiento es inventada conciente y hábilmente  por medio de una facultad que Hegel denomina witz y que está muy lejos del genio natural de Kant o de Schiller. La agudeza no descubre nada nuevo ni algo que estuviera oculto; inventa sólo al servicio de la redundancia y la reiteración. En términos temporales, proyecta en el futuro lo que pertenece al pasado de su propia invención y lo repite como si estuviera encontrando lo que conocía desde el principio”[3]

El autoanálisis estaba incluido en uno de los primeros cuadernos de una cantidad cercana a cien que componen el archivo de EK. El libro dedica una de sus cuatro partes (dibujos, proyectos, escritos y fotografías) a los cuadernos; los incluye definidamente como aparte de la obra. Este autoanálisis instala para su obra la ilusión de aquello que se proyecta[4] en el tiempo. Como fruto de la agudeza que precisa De Man, tiene un pasado que lo funda y un futuro que lo prefigura. No constituye un cierre o una clausura, sino que actúa como cifra. El libro de EK toma esa cifra como un pasaporte de la redundancia, un ejercicio de la reiteración. Como obra que es, también testifica a favor de ellas y es objeto de ellas. Pone en evidencia las figuras de Katzenstein a partir de  hacer visible la mecánica de las repeticiones.
            Nos habíamos referido al rol denominador de los libros. La publicación nombra, en su tarea ordenadora, a los objetos. Define por el nombre, y este define a la obra. El ejercicio denominativo del libro instala y delimita a la arquitectura, actúa como un contrato de re-presentación con cláusulas que desafían el paso del tiempo. En esa medida la narratividad que incorpora el libro de EK a la dinámica de las obras de arquitectura opera como reiteración de la reiteración transformada que ya es el autoanálisis, una continuación de la cadena reproductiva del género arquitectónico.
            Amancio Williams tuvo un particular interés por producir su libro. El que inicialmente ideó estaba compuesto por láminas independientes que se podían separar. Era desarmable y, de ese modo, podría vencer cualquier orden de aparición de las obras. Esa voluntad editora, presentadoa, iba acompañada de una tendencia manifiesta hacia la denominación de sus obras. Es conocido que AW hacía notar la diferencia entre  “Casa del Puente” y según su propia denominación, “Casa sobre el arroyo”, lo que pone en evidencia la distancia entre los términos divulgación y publicación, falsa sinonimia que define el estado público de las cosas. Repasando otros nombres, en todos hay dos referencias: a la finalidad y al procedimiento. Las Viviendas en el espacio, la Bóveda cáscara, el Edificio suspendido de oficinas, la Sala para el espectáculo plástico y el sonido en el espacio, aluden sistemáticamente a una imagen total.
            Puesto que sus notas han constituido manifiestamente la obra, la forma de exponer esa identidad por medio del nombre cobra más intensidad respecto de aquella imagen total cuando advertimos que todas las obras de Williams que hemos mencionado fueron proyectadas entre 1942 y 1947, y reelaboradas por casi cincuenta años. En esa condensación figurativa que se despliega en un lapso de cinco años, surge un nuevo punto de conacto con Katzenstein: un momento de concentración, de energía inicial que para ambos coincide con la etapa de estudios universitarios y primeros años de labor profesional.
Si pudieran definirse estos movimientos de energía inicial, deberían indicar direcciones contrarias. En el caso de Williams actúan como movimientos dirigidos a una tara de diferenciación de un trabajo cohesionado por los elementos y los procedimientos. Una imagen de su autoanálisis, en cierta medida divergente del de EK (fig. 3), es aquella en la que el plano de apoyo (hoja de apuntes) lo constituye una Comodoro Rivadavia ideal, análoga, y sus objetos, nombrados por medio del dibujo, cumplen la función diferencial a partir de sus finalidades complementarias. En el caso de EK el esfuerzo empleado en el listado de prescripciones, a partir de la diversidad de perspectivas en el trabajo y desde su conocimiento abarcador de la producción arquitectónica, radica en poder encontrar los puntos de unión para una clasificación genérica a partir de rasgos de organización.





































fig. 3


Sin embargo cualquier suposición sobre extremos en uno y otro caso –tendencias efectivas hacia la síntesis o el análisis: condensación como ilusión de la síntesis, expansión como ilusión del análisis-, cualquier intento de diferenciación por los contenidos entre las “palabras” escritas en el autoanálisis de EK y las “cosas” dibujadas en el de AW, nos dejan igualmente con la sospecha de estar ante imágenes de un mismo ejercicio.
     Definir la producción temprana de estos arquitectos como una serie de movimientos  no responde a la consideración de una tarea lineal, inequívoca y sostenida en el tiempo. Por el contrario, no pretende ser otra cosa que una expresión que representa la tensión entre la imagen proyectada inicialmente en el ejercicio de autodeterminación y el trabajo propiamente dicho, si es que fuera posible diferenciarlos.
Ambos caso representan fórmulas de “edición”. Ambos editaron y denominaron. Williams condensó su tarea editorial en su obra y ésta fue pensado como una tarea editorial. Katzenstein extendió el valor de representación de su centenar de cuadernos personales hacia una expresión –también cuantitativa- de la cultura arquitectura arquitectura arquitectónica, como fueron los influyentes cuadernos Summa Nueva Visión de los que fue editor.




Gustavo Diéguez
Texto publicado en RD2. Órgano oficial del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. Distrito 2. N°41. Año 2000




[1]El Gran Prix de Roma surgido bajo el reinado de Luis XIV que la Academia de Francia en Roma se instala como un premio anual que se concedía a jóvenes pintores, escultores y arquitectos que debían demostrar sus habilidades en un duro concurso por eliminatorias con sus compañeros. Durante tres siglos años, el Premio de Roma fue el máximo galardón que un artista de cualquier país podía recibir, atrayendo la atención de los medios de comunicación y catapultando a los ganadores a la fama. En la arquitectura la competencia ponía foco en el ejercicio proyectual que consistía en la reconstrucción de las ruinas romanas a través de representaciones tomadas en el sitio.  Durante el siglo XIX se convirtió en el mayor desafío para los discípulos de la École des Beaux-Arts como salida de la etapa de formación y aprendizaje.
[2] Derrida, J. “Querer decir y la representación”. La voz y el fenómeno. Pre-textos. Valencia. 1995
[3] De Man, P.”Lo sublie en Hegel”. La ideología estética. Cátedra. Barcelona. 1997
[4] Palabra empleada en la cita por Paul De Man, que en la arquitectura recibe una significación más amplia. En ese sentido para el arquitecto el proyecto, aquello que se proyecta se inscribe en una dimensión temporal que no tiene relación con ninguna circunstancia particular sino con todas las circunstancias de su trabajo.

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