miércoles, 26 de febrero de 2014

Aprendizaje o la búsqueda del enemigo ideal

I. Piedra y papel

            La imagen de la arquitectura se nos ha revelado en un formato gráfico. Antes de haberlas tocado con nuestras manos, las obras pasaron por la mediación de un lente y de una instancia editorial. Fueron transformadas al ser expuestas bajo un orden, y sólo algunas escenas de su estado, seleccionadas con intención manifiesta. Podemos convenir que se nos han presentado por primera vez bajo la forma de un libro o una publicación; allí recibieron su designación como obras. Desde hace mucho tiempo que los viajes perdieron su carácter anticipatorio para con las obras y la sorpresa de su existencia. Desde hace menos tiempo solo se nos confirma la falsedad o no de los encuadres, los tamaños, las relaciones con el contexto en el que se ubican o si les ha sido justo el paso del tiempo. No es poca cosa. Pero nadie pone a discusión la razón ni el contenido de verdad de la primera foto publicada. Una técnica somete a otra a sus dominios. La fotografía encierra por sus medios a la arquitectura, a la vez que el armado editorial formula un orden visual para ambas.

            El libro de arquitectura, como un componente inicial de la relación con el material arquitectónico, adquiere las características formales de una mirada adaptada a la manera del objeto transicional en el niño -muestra como verdadero algo que lo representa y que se nos hace verdadero por su sustitución. El arché de esa relación es el libro, opera como agente del conocimiento denominativo de la arquitectura. Ese origen consiste en la representación –o re-figuración- que las obras consuman en el papel y que las legitiman. Acentuando una hipótesis extrema, por su capacidad sustitutiva el libro llega a ser la obra y las sucesivas publicaciones la extensión de su ‘vida’.

            La arquitectura gráfica contiene su propia conciencia. Los emprendimientos editoriales han disuelto (o pospuesto) la oposición o el conflicto entre las obras y los proyectos al editarlos juntos –eso incluye cualquier pieza de archivo-, y han elevado la publicación a una instancia objetual de un rango similar al de la obra construida. 

            El viaje documental que había consolidado su validez histórica en ocasión del tradicional Grand Prix[1] de Roma como experiencia de conocimiento de la arquitectura, a partir de la tarea de reconstrucción gráfica por medio del dibujo –la ruina era su origen-, con el tiempo se ha ido desplazando hacia otros formatos no institucionales o de otra condición institucional que la de aquella reconstrucción, como la canonización editorial. Como ejemplo de aquello conviene revisar los criterios de selección que las revistas emplean para su listado de números monográficos y la consecuente legitimación de esas series. Puede contarse también con que la canonización como mecanismo clasificatorio del conocimiento ha perdido a sus baluartes durante el siglo veinte, principalmente a Phillip Johnson como el especialista predominante en esos menesteres. 

            La tutoría de las obras que ejercía la institución académica encontró reemplazo en la de los medios editoriales y su corte o perfil curatorial. Sin embargo la universidad contemporánea asume desde siempre un rol complementario y eficaz como instancia final del ciclo constructivo del cuerpo disciplinar, y debió asumir toda la responsabilidad una vez que la crítica arquitectónica como oficio y género estético inició su retirada. La relación de identidad que establece la universidad con las publicaciones se anticipa al estado real de las obras, por medio de un campo especulativo en el que éstas pueden hacer verosímil sus mutuas relaciones: el trabajo de análisis sobre el papel impreso, el proceso de desarmado y de fragmentación de la documentación; un proceso opuesto al de reconstrucción gráfica de ruinas.

            En la universidad se recorta finalmente el espectro de obras mediante la selección de casos y la instalación de modelos operativos a seguir. Sin embargo sería de interés repasar la cadena de mediaciones y sustituciones entre obra, publicación y análisis académico para llegar a preguntar por las inferencias que suponen esos desplazamientos en la vida de los objetos de la arquitectura para que los modos proyectuales tomen un rumbo histórico determinado. Y en todo caso qué es lo que se agrega a este planteo tras la proliferación indiscriminada propia de la mundialización informativa y de las imágenes que representa internet y sus múltiples plataformas de observación. La imagen de la arquitectura se nos ha revelado en un formato gráfico, pero ¿es cierto que se rebela en un formato virtual?  Una hipótesis que aventura un desenlace breve al respecto es aquella que puede asegurar que los medios virtuales en su masividad sólo han colaborado a darle más poder y autoridad a los medios editoriales de la gráfica tradicional, en tanto selectos cúmulos de conocimiento calificado.

            En el caso argentino un repaso histórico por algunas situaciones contingentes pueden acercar otra hipótesis sobre la actual situación relacionada con la vinculación entre modos de producción y enseñanza de la arquitectura en relación a los formatos con que ella se nos presenta.


II. Rebeldía y aprendizaje

            Luego de la discusión registrada durante los años treinta por las revistas de arquitectura argentinas -en razón de la aparición de una arquitectura moderna y la necesidad de precisarla-, pasaron muchos años hasta que se instalara en los dominios del ambiente arquitectónico local alguna otra discusión que se desplace por algún andarivel relacionado con los aspectos metodológicos del proyecto. 

            En aquel momento la necesidad de definir la nueva arquitectura había encontrado resistencia en aquellos que ocupaban lugares centrales dentro de la enseñanza. Se enfrentaban con el desafío de una nueva generación que, si bien había recibido los conceptos clásicos, comenzaba a trabajar por fuera de dichos parámetros. La discusión, podría facilitarse, tuvo una raíz académica. El debate internacional tomó colores locales y asumió su cuerpo en la estructura académica de los profesores y la disputa de espacios dentro de la misma institución.

            Es el inicio de un camino de transformaciones en los que la actividad universitaria tendrá influencia determinante para el desarrollo de un debate interno del ejercicio de la disciplina como es aquel sobre la naturaleza de la proyectación muchas veces confundida con un problema de apariencias estilísiticas relacionadas a lo estrictamente ornamental. La actitud vanguardista comprenderá dentro de los postulados fundantes de su razón de existencia la necesidad de quebrar el orden establecido. Si bien no se llegó a una hegemonía respecto al pensamiento de vanguardia como actitud general, para el medio académico comenzó a reconocerse la necesidad de invertir el proceso de enseñanza de órdenes generales incorporando la noción de aprendizaje de procedimientos particulares.
           
            Aprendizaje antes que enseñanza, inversión de la dinámica. El ejercicio del aprendizaje se modeló desde esa actitud de rebeldía que le es constitutiva a la confrontación propia de la madurez juvenil y a la pregunta por el sentido histórico, propia de la búsqueda de la pertinencia.

            La producción de la rebeldía precisa de rivales, adversarios y, en el mejor de los casos, de enemigos.

            Si el claro enemigo para esta etapa inicial de la arquitectura moderna en la Argentina, lo constituía el estatuto de reglas y normas que habían sido impuestas desde la manualística, los tratados de arquitectura y el armado institucional de la formación del oficio arquitectónico, una etapa posterior tendrá como frontera a la exclusión universitaria de un grupo destacado de profesionales relacionados íntimamente con la enseñanza. El largo camino de deterioro institucional del país encuentra así, años después, otro ejemplo que supo utilizar herramientas de acción desde la confrontación académica. Los años setenta vieron el nacimiento de un nuevo espacio fértil en la situación de exclusión académica acontecida durante la dictadura militar. La Escuelita[2] apareció entonces en 1977 como un catalizador de tal situación, un espacio sustituto ante el proceso naciente de empobrecimiento educativo general, en el que se ejercitaron nuevas formas de abordar la teoría y la práctica del proyecto. Nuevamente una razón académica instala un nuevo espacio reflexivo. No es casual ese momento en el contexto internacional que dejaba ver el desarrollo de una nueva situación en España a través de las publicaciones del Colegio de Arquitectos de Madrid y Arquitecturas Bis, o la presencia del IAUS en Estados Unidos con la publicación de Oppositions y sus discusiones sobre la autonomía disciplinar. De allí que los postulados del proyecto incluyeran como premisas que la experiencia debía recuperar un campo de estudios de la arquitectura como disciplina y que ello debía ser realizado mediante la práctica concreta del diseño.

            “Los cursos de Arquitectura/77 tienen el objetivo común de servir como una aproximación al análisis crítico del conjunto de ideas sobre la arquitectura que estructura el modo en que la producimos. El análisis de sus formas dogmáticas, sus sistemas de normas, el origen de las distintas concepciones de la acción de proyectar, y, a través de este análisis, pensar las alternativas de superación. Se trata, en primera instancia, de hacer a través de diferentes experiencias pedagógicas un cuestionamiento sistemático de las nociones y argumentos que dominan las concepciones arquitectónicas actuales y que derivan en su generalidad de las ideologías post-funcionalistas.”[3]
           
            La salida obligada paredes afuera de las instituciones universitarias intervenidas por la dictadura, terminó por cohesionar a un grupo de arquitectos y estudiantes avanzados bajo una nueva forma de pensar la arquitectura como lugar del proyecto. Sin embargo, fuera de la inmediatez con que pudo llegar a interpretarse la diferencia ideológico-política del caso y la variedad de posiciones personales posibles al respecto, cabe concluir que por variados motivos el conflicto se dirimió y se puso de manifiesto dentro del específico terreno de lo arquitectónico y bajo sus propias herramientas.

            Una razón estética que define una situación política y una situación política que modela un posicionamiento estético proyectual. Una posible caracterización de esos dos recortes históricos, los 30’s y los 70’s, nos llevan a preguntarnos sobre el momento actual.


III.   Escasez y pobreza

            Al día de hoy, a sólo horas de la caída del muro hipotecario, resultaría interesante poder encontrarnos dando el salto revelador en un intento por interpretar los tiempos que corren y pararnos frente al enemigo ideal que nos saque de la indolencia. Resulta que no es muy visible por ahora. Los ejemplos citados que nos han precedido se sostenían en los grandes relatos que aparecían delante de los ojos. Contaban con el aval notarial de la discusión y el debate internacional: en el primero de los casos en razón de la materialización de los paradigmas de la modernidad, en el segundo por la instalación tardía del discurso de la posmodernidad.
           
            Entrados en un nuevo siglo, cobra interés insistir en la búsqueda de otros momentos históricos de discusión disciplinar que hayan visitado este orden de problemas con alguna repercusión en el escenario académico. En lo inmediato, quien haga un repaso por los últimos siete años de los suplementos y las revistas de arquitectura se encontrará con que la mayoría de las discusiones responden a preocupaciones urbanístico-arquitectónicas más cercanas a la formación de opinión pública que al campo autónomo de la proyectación –la autopista de Puerto Madero, la torre de 1000 metros, el impacto de las torres, alguna célebre demolición patrimonial, el estilo de vida de los barrios cerrados, el monumento para el Bicentenario-, quedando como discusión más saliente la preocupación estilística por el revisionismo afrancesado de algunos emprendimientos inmobiliarios. Todos esos temas representan instancias reflejas de la predominante situación productiva, propia de la recuperación económica, aunque sin fundamentos propositivos más allá de los escollos que fueron superados con algunas propuestas innovadoras que se rebelaron hábilmente de la mecánica impuesta por las normativas urbanas. El impulso productivo dejó vacante el espacio reflexivo, al tiempo que el cambio generacional en la universidad pública de Buenos Aires sólo dejó entrever una discusión intergeneracional de superficie que cifró toda la polémica en la asignación y la titularidad de los cargos docentes a través de estratagemas y artilugios de corta altura, como un reflejo inmediato de la lógica política de la escena nacional.
           
            No es extraño entonces cotejar que ninguna discusión disciplinar haya sido sembrada o haya surgido con fuerza y de manera prioritaria en las agendas de las unidades académicas de los años recientes.

            Nos toca presenciar la caída del sistema financiero internacional en el mismo momento en que la sostenibilidad como discurso para la arquitectura emprende su más vigorosa arremetida. A la espera de algún resultado o desenlace del proceso de crisis, la intuición de que la austeridad global nos llevará a ser más conservadores no pareciera ser muy aventurada, aunque el solo hecho de pensarlo invita a resistirse al establecimiento de esa falsa vinculación entre recursos y modalidades de actuación.

            ¿Será momento de invertir las fases que tradicionalmente nos convierten primero en testigos y luego en actores retroactivos de los debates? ¿Podremos hacer el ejercicio de llevar esta situación de perplejidad nacional al lugar central del debate internacional o al menos ensayar el intento de salir de la tradicional expectativa periférica? No sería extraño. La Argentina demostró que puede ser terreno de lecturas predictivas eficientes de la actual situación a partir de su crisis institucional de 2001, cuando se convirtió en el foco de los estudiosos de las ciencias sociales, económicas, políticas y hasta el eje de proyectos de los artistas subvencionados de Europa, bajo la hipótesis de constituirse en el laboratorio de pruebas y ensayo de resistencias del sistema financiero neoliberal que finalmente colisionó siete años después. Con ese antecedente y con las consecuencias en nuestras manos podremos decir que el descalabro se reabsorbe siempre porque es parte constitutiva de los sistemas hegemónicos que se autodefinen. Así ocurrió cuando los movimientos populares y las asambleas sufrieron el desgaste de sus estructuras y se arribó al punto en el que se confirmaron finalmente a los mismos cuestionados actores políticos para la continuidad del funcionamiento del sistema democrático actual.

            La enseñanza después de la era de la burbuja. Nunca pudo ser mas clara la consigna de que la enseñanza es antes que nada aprendizaje sobre lo acontecido y que los enemigos a procurarnos tienen entera relación con los discursos que se absolutizan. Adormecidos o no. Confundidos o no. Las imágenes de la arquitectura se siguen multiplicando en internet, sus colecciones son cada vez más variadas y aumentan en número, igual que las escuelas de arquitectura.  

            Mientras esperamos la instalación efectiva del discurso perverso de la austeridad que para la disciplina arquitectónica comienza a conformar una sólida pareja con las ideas y las tendencias sobre la escasez de recursos que se ejecutan desde la mirada tecnocrátrica de lo verde, existe una posibilidad cierta de anticipar el debate, desde la reflexión en los medios académicos, y ensayar una mirada crítica sobre la retórica de lo escaso, tan cercana para nuestro medio con la noción de pobreza y su implicación social.

           
Gustavo Diéguez
Abril, 2009



[1] El Gran Prix de Roma surgido bajo el reinado de Luis XIV que la Academia de Francia en Roma se instala como un premio anual que se concedía a jóvenes pintores, escultores y arquitectos que debían demostrar sus habilidades en un duro concurso por eliminatorias con sus compañeros. Durante tres siglos años, el Premio de Roma fue el máximo galardón que un artista de cualquier país podía recibir, atrayendo la atención de los medios de comunicación y catapultando a los ganadores a la fama. En la arquitectura la competencia ponía foco en el ejercicio proyectual que consistía en la reconstrucción de las ruinas romanas a través de representaciones tomadas en el sitio.  Durante el siglo XIX se convirtió en el mayor desafío para los discípulos de la École des Beaux-Arts como salida de la etapa de formación y aprendizaje.

[2] La Escuelita fue un proyecto liderado por Antonio Díaz, Ernesto Katzenstein, Justo Solsona y Rafael Viñoly abocado a la reflexión de la producción arquitectónica bajo la forma de un taller intensivo. Durante el tiempo de su existencia recibió la visita de importantes figuras referentes de la arquitectura mundial que dieron sus aportes a través de seminarios y conferencias, que incluyeron a Aldo Rossi, Jorge Silvetti y Mario Gandelsonas entre otros. La experiencia se prolonga hasta 1981.
[3] Antonio Díaz, Ernesto Katzentein, Justo Solsona, Rafael Viñoly. Summa. Abril de 1977. Texto introductorio. Cursos de arquitectura 77. Catálogo de la exhibición en el CAyC. Buenos Aires. Junio de 1978.

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